Aunque estaba al corriente, merced a su sobrino Juan y a su cuñada Minica, de que la llama del pebetero estaba dando los últimos estertores no dejo de sentir hondo pesar por la partida de Pedro Pablo Alvargonzález al que, para mi fortuna, conocí desde tiempo inmemorial.

Fue Pedro Pablo un hombre cultivado y de exquisitas maneras con el que daba gusto conversar y a fe que lo hacíamos en sus habituales visitas a la droguería. Un día, tras felicitarme por no sé qué artículo, me dijo con su peculiar sonrisa: «te voy a encargar mis memorias, ya hablaremos»; pasó el tiempo y comenzaron sus achaques con las piernas, pero ni aun así dejó de entrar a mercar y, de paso, contarme alguna pincelada de su vida y «olímpica» existencia.

En fin, se nos ha ido un señor con mayúsculas, discreto, elegante y gentleman en estado puro. Que descanses en paz, amigo.