Una biografía cualquiera de Lope de Vega, con sus amores legítimos e ilegítimos, su descendencia múltiple y su tardía vocación sacerdotal, serviría para un buen serial televisivo. Lope decía de sí mismo que había compuesto mil quinientos comedias; sin contar autos sacramentales, entremeses y obras dramáticas menores. Dicha cifra es una exageración, evidentemente, pero no empaña su gran mérito. Precursor de nuestro teatro nacional, su éxito fue conseguir que el pueblo espectador se viese reflejado en la escena a través de sus héroes, villanos, costumbres y quehaceres. En pocas palabras: sus propios afanes. Además, su teoría dramática de no sujetarse al principio de las tres unidades (de lugar, tiempo y acción), la expone y defiende en su admirable obra «El arte nuevo de hacer comedias».

«El caballero de Olmedo», la tragicomedia recién representada en el Jovellanos, tuvo escaso éxito durante los siglos XVIII y XIX, y sólo a finales de este período volvió a los escenarios coincidiendo con el período romántico de nuestro teatro y, ciertamente, con el aval de su trágico desenlace final. Ya en el siglo XX, Lorca la incorpora a su espectáculo itinerante de «La Barraca».

El retablo de personajes de esta obra lo componen los usuales en el teatro de Lope. Don Alonso es el galán enamorado de Inés que responde al idealismo amoroso. Un joven diestro y pleno de cualidades. Tello, su criado, es avispado y colaborador eficaz en las estrategias amorosas de su amo, antecedente del pícaro o gracioso que es una constante en la literatura. Sólo hay que recordar a «El Lazarillo de Tormes», «El buscón» de Quevedo, e, incluso, el personaje de Don Crispín en la obra «Los intereses creados» de Benavente. Y Don Rodrigo muestra su perfil cobarde y traicionero que ofuscado por los celos y ayudado de su criado Fernando asesinan a Don Alonso.

Personajes femeninos singulares son Fabía, hábil alcahueta, figura similar a la Celestino de Fernando Rojas y la amada Inés, sujeta a la obediencia de su despótico padre y que responde a la pasividad social que en su tiempo encarna este tipo de figura femenina.

El desenlace trágico ya indicado no es muy usual en las comedias de Lope. Incide en una característica del teatro griego, es decir la fuerza cósmica, el destino o el mandato de los dioses que se imponen a los personajes, y en este caso, precipita la muerte de Don Alonso, avisado por una revelación en sueños de su desventurado final.

La compañía «Corsario» nos ofreció una excelente interpretación de la obra, con acompañamientos de guitarra en diversos pasajes que dieron a la representación un ambiente de copla popular, iniciada la misma con el suceso de la muerte del caballero en el camino de Medina de Olmedo. Los intérpretes estuvieron acertados en sus distintos papeles con la dificultad que exige la dicción del verso y muy lograda la ambientación escénica, austera pero muy en sintonía con el tema y sus protagonistas. Es curioso como al final la justicia la imparte el propio rey, condenando a la horca a los dos asesinos del Don Alonso. Similar desenlace nos presenta Lope en las obras «Fuenteovejuna» y «El alcalde de Zalamea». Se ve que con habilidad el autor procuraba ofrecer una alabanza del poder constituido que en aquella época lo monopolizaba la figura del rey. Una bella pieza de nuestro repertorio clásico que el numeroso público agradeció con sus merecidos aplausos.