R. G.

Marino D. R., vecino de Pola de Lena, vivió ayer uno de los peores días de su vida. A sus 83 años de edad, se tuvo que sentar por primera vez en el banquillo de los acusados de un juzgado. El fiscal pide para él tres años de cárcel acusándole de conducir en dirección contraria 400 metros por la autovía del Cantábrico a su paso por Gijón. El acusado se defiende asegurando que todo se debió «a un despiste». Con lágrimas en los ojos, Marino se defendió ayer ante la magistrada que lo juzga: «Yo sólo quería ir a la ITV y cuando me di cuenta de que me había confundido paré en el arcén».

El suceso tuvo lugar en agosto del año 2009, un año antes de que la Guardia Civil retirase definitivamente el carné de conducir a Marino. En el momento de los hechos el ahora acusado conducía por la carretera AS-19. «Quería ir a la ITV de Pruvia y para ello cogí la carretera de siempre pero no me di cuenta de que había cambiado y ahora era una autopista. Levaba muchos años sin pasar por allí» alegó el reo ante el tribunal.

Durante la vista oral del proceso penal contra el octogenario declararon también varios agentes de la Guardia Civil de Tráfico que intervinieron en su detención. Los funcionarios de la Benemérita aseguraron ante la juez del penal 3 de Gijón que en el momento que hablaron con el octogenario «estaba muy desorientado». Su avanzada edad, el calor que hacía en el interior del coche -que no tenía aire acondicionado- y el desconocimiento del terreno confluyeron en el desenlace.

«A pesar de todo el conductor solo circuló unos pocos metros en dirección contraria y no causó daño a nadie porque un camión impidió que los coches avanzaran sobre él», aseguró otro agente de la Guardia Civil que fijó la velocidad de conducción del acusado entre «30 y 40 kilómetros por hora». Al cruzarse con la Benemérita, cuando estaba intentando corregir su trayectoria, Marino D. R. no paró de repetir «sáquenme de aquí por favor; sáquenme de aquí».

Tras los interrogatorios que tuvieron lugar ayer el Ministerio Público mantuvo la calificación de condena para el acusado mientras que la defensa pidió la libre absolución alegando que en ningún caso quiso hacer «mal a nadie».

«Madre mía yo que siempre tuve el parte en blanco», se lamentaba el acusado a la salida del juicio mientras su abogada le intentaba tranquilizar.