Un ancestral cliente estival, que se deja caer varias veces por la droguería cuando está entre nosotros y con el que a menudo mantengo una parrafadita, recién llegado de Santo Domingo, en donde pasa nueve meses al año refugiándose del frío, entró a saludarme. Resulta que tras cuarenta años de matrimonio (matrimonio al que siempre vi juntos) lleva ya uno de viudedad ; y cuando al verme me tendió la mano le dije: «Hola amigo, ¿qué tal lo lleva?». El hombre, tan educado como exquisito de maneras, me respondió: «Mire usted, sigo buscando sitio...».