El pequeño que fui, el niño que llevamos dentro, me dicta esta crónica de urgencia, de ánimo y cariñosa felicitación a los alevines del Sporting, que en el torneo de Estepona sólo hincaron la rodilla ante las torres imponentes del Barcelona. Sobre el césped artificial malagueño derramaron estos gijoneses menudos -que menudos gijoneses- las lágrimas de hiel de la derrota; pero demostraron que si es cierto que el portento físico se barniza de ébano, la esencia del viejo fútbol descalzo de arena y playa, el talento que dibuja gambetas de patio de colegio huye del laboratorio y sigue buscando refugio y acomodo en la fragilidad. Si el fútbol es mecánica de lo impensado, el fútbol base ha de huir del pensamiento mecánico para dar rienda suelta a la improvisación en la toma de decisiones. Y un último apunte de dietética: ¿Qué les da Laporta de comer a sus canteranos en La Masía, que crecen como los chopos y desarrollan, aún imberbes, musculatura de triatletas? Habrá que ir pensando, don Manuel, en incluir la fabada y el cachopo en la dieta de Mareo.