vicente garcía oliva

Escritor, académico de la Llingua Asturiana

Lleva publicados más de veinte libros y aún no se le ha subido el humo a la cabeza. Algo que no deja de ser meritorio, cuando a veces, garabatear cuatro folios se convierte en epicentro de todas las vanidades. Es humilde, Vicente García Oliva, sincero hasta la trasparencia, comunicativo... «Fui cristiano de base en mi época universitaria, pero ahora estoy más en el agnosticismo». No es capaz de restarle merecimientos a nadie, al contrario, los ensalza. Disfrutamos ambos recordando nombres y sucedidos de aquel Gijón de nuestra juventud.

Vicente García Oliva, tercero de cuatro hermanos, nació en Gijón, 1944, en la calle Enrique Cangas, hoy denominada Begoña. «Un piso que estaba encima de Foto Lena, ¿recuerda este establecimiento?». «Como no, si íbamos a sus escaparates a estudiar las instantáneas de la Plaza de Toros de El Bibio o del Molinón, para ver si salíamos en alguna foto y comprarla como recuerdo». Los padres de Vicente tuvieron un negocio de ultramarinos en la calle San Bernardo, «El Fénix», donde hoy se ubica la sidrería «El Globo», y posteriormente una fabrica de caramelos, «La Hispania», de la que Vicente comenta, «aún guardo en la memoria aquel olor a azúcar requemado». Por último, la familia regentó un taller de tratamiento de mármoles, en la Juvería, Tremañes. «Mi padre era de Carbayín Alto y mi madre de Gijón».

Vicente hizo los cursos de preescolar en el colegio de La Inmaculada; los cinco primeros años del Bachillerato en el Instituto Jovellanos, y sexto y Preu en el colegio Corazón de María. «Se puede decir que conocí todos los centros de estudios de la época».

-¿Acaso fue un mal estudiante?

-No, era bastante bueno, pero en realidad no sé bien qué pasó. Puede que los cambios obedecieran a decisiones tomadas por mis padres de acuerdo con los medios económicos que disponían en cada momento. El caso es que mi hermano Antonio y yo siempre íbamos juntos de acá para allá. Al terminar el Bachillerato ingresé en la Escuela de Comercio donde obtuve el título de Profesor Mercantil y luego me fui a convalidarlo a la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao. Hice la mili entre El Ferral y Madrid.

-¿Se empleó en algún asunto de familia?

-No, mi primer trabajo fue en el Banco de Gijón, y allí seguí viendo cómo se convertía en Banco Hispanoamericano, luego en Central- Hispano, en Santander-Central Hispano, y por último en Banco de Santander, hasta jubilarme.

-¿Recuerda a su primer director?

-Ya lo creo... Julián García Fernández, un hombre entrañable, muy querido en la ciudad. Era muy amigo de Severino Lagunilla, el gran pediatra de la época, que por cierto, no comprendo como no tiene una calle en Gijón... Bien que se la merece por la cantidad de ciudadanos que cuidó y curó durante tantos años. Amalia Trancho, mi esposa, guarda un lejano parentesco con su familia.

-¿Cómo era aquel estilo bancario, se parecía al actual?

-En muy poco. Don Julián, al menos, realizaba sus responsabilidades de un modo muy paternalista. El banco era como una gran familia. Pero aquel tiempo pasó al entrar en acción los sindicatos. El director iba a perder la hegemonía sobre el personal, y a veces cuesta entender ciertas reivindicaciones. Lo mejor de los bancos es el horario de trabajo, que permite tener las tardes libres.

-Y emplearlas en otras actividades, como es su caso...

-Empecé a escribir al constituirse el Conceyu Bable de Gijón; yo fui uno de los fundadores. En el conjunto de Asturias ya funcionaba; lo habían creado Xuan Xosé Sánchez Vicente, Xosé Lluis García Arias y Lluis Álvarez, en 1974, aunque no se legalizó hasta 1976. Al principio en Gijón éramos pocos, Urbano Rodríguez, el propio Xan Xosé, Monchu Díaz...

-¿Después de más de 30 años, ejerciendo de bablista, qué perspectivas de futuro contempla respecto a la Llingua?

-Diría que dependen de dos alternativas. Que se reconozca su oficialidad o que siga como hasta ahora; en tal caso tocaría techo. Una pena, porque actualmente hay muchos escritores de bable, contamos con unos 22.000 niños que lo estudian, y trabajan en él 10 o 12 editoriales. Todo esto sirve para consolidarlo, pero el empujón definitivo se lo daría la oficialidad, que es una forma definitiva de dignificarlo.

-¿Cómo se despertó en usted el interés por el bable?

-Siempre me gustó, desde muy joven, todo lo relacionado con la cultura asturiana; los juegos, las tradiciones, el folclore, el Prerrománico... Y la lengua es una de las manifestaciones más vivas de la cultura popular. En cierto momento se organizó un cursillo de bable en Gijón, y asistimos un grupo de interesados; desde entonces hemos seguido trabajando, cada uno a su modo, unos mediante la escritura, las traducciones, la divulgación... Recuerdo que cuando se celebraban aquellas fiestas del Día de la Cultura, en los Maizales, colocamos un puesto donde ofrecimos la primera traducción al bable de la Declaración de los Derechos Humanos.

-Hay quién estima como dificilísimo escribir en bable...

-Hace falta un gran conocimiento, haber leído a los clásicos como Pin de Pría, Teodoro Cuesta, Pachín de Melás, Josefa Jovellanos... El propio Melchor Gaspar de Jovellanos escribió muchas cartas en bable, sobre todo desde su cautiverio en el castillo de Bellver, se sospecha que para eludir la censura de sus carceleros. Firmaba con seudónimos, uno de ellos era Teresina del Rosal. Jovellanos fue el primero en pensar en la necesidad de una academia de bable.

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«Empecé a escribir al constituirse Conceyu Bable en Gijón, fui uno de sus fundadores»

«El gran pediatra que fue Severino Lagunilla merece una calle en la ciudad por la cantidad de gente que cuidó»