Eloy MÉNDEZ

Las nubes que ayer taparon el cielo de Gijón propiciaron que los alumnos y profesores de la Escuela de Hostelería se quedaran sin una nutritiva paella. Es el principal problema de las cocinas solares: cuando desaparece el astro rey, tampoco hay comida. Por lo demás, y a tenor de las explicaciones del experto en vida sostenible Manuel Vílchez, todo son ventajas. Así lo dejó claro durante una conferencia cargada de alegatos en favor de una economía compatible con el cuidado medioambiental.

«Las cocinas solares son una apuesta por la humildad energética, el gozo humano, la solidaridad climática, la educación y la responsabilidad ambiental». Con esta retahíla de razones explicó Vílchez la apuesta que varias empresas iniciaron hace años para promover un tipo de mecanismos que amenazan, aunque por el momento sin mucha fuerza, con retirar a los fogones. La cocina solar parabólica concentra la luz reflejada en su superficie de aluminio y la transforma en el calor que da gusto a la comida. La olla, cafetera o sartén empleada -que debe ser negra para almacenar más energía- se coloca en el centro de la gran placa, donde se reflejan los rayos del sol. «El calor que genera una de estas cocinas es similar al de una vitrocerámica de 600 vatios», indicó ayer el profesional de la compañía Al Sol 1.4.

Más allá de las ventajas técnicas, este utensilio con forma de platillo volante y lleno de destellos es también un gran invento para los luchadores contra el cambio climático. La energía que desprende es completamente «limpia», es decir, está libre de emisiones de CO2, lo que no le resta ni un ápice de calidad, hasta el punto de que es posible preparar un café para seis personas en apenas ocho minutos, menos tiempo incluso que mediante el método tradicional.

Según sus impulsores, este proyecto está destinado a desplazar a las barbacoas convencionales «cuanto antes, mejor», pero también permitirá desarrollar métodos alternativos en los países en desarrollo, donde el consumo de madera es, en muchos casos, abusivo, debido a la falta de medios. «Está claro que en la tierra derrochamos demasiada biomasa, por lo que la situación se convertirá en insostenible en poco tiempo», alertó Vílchez, convencido de que es «imposible continuar con la actual gestión de los recursos para una población creciente que ya supera los 6.000 millones de habitantes».

Aunque las cocinas solares aún no han desembarcado de forma masiva en los mercados, sí que han captado la atención de comerciantes y grandes empresarios, interesados tanto en el ahorro energético como en sus «bondades verdes». «El principal problema es que dependemos constantemente del sol, pero en una ciudad como Gijón pueden ser útiles durante bastantes días al año», señaló Vílchez.

Ayer no fue el caso, para disgusto de la nutrida presencia de aspirantes a cocinero, que esperaban meterse entre pecho y espalda una ración de arroz con gambas tras la charla. «Habrá que hacerlo otro día, aunque sin explicación previa, porque ya nos ha quedado muy claro que la cocina es muy buena para el medio ambiente, aunque no puede hacer nada contra la meteorología», bromeó uno de ellos al final.