«Te vamos a tener presente el resto de nuestra vida (...). Por enseñarnos a sufrir, a tener paciencia cuanto todo iba mal y a levantarnos cada vez que tropezamos». Con esa emotiva promesa, compartida en público en la iglesia de Somió, los nietos del empresario gijonés Luis Vicente Álvarez Vázquez levantaron ayer el mejor perfil y el mejor homenaje que el implicado habría podido desear. Un homenaje que en los últimos días toda la familia Álvarez Aguirrezabala ha podido sentir en forma de condolencias y pésames por el fallecimiento, el sábado, del patriarca y artífice de un negocio, la firma Romanelli, que llevó la comercialización de paraguas asturianos -y sus respectivos complementos- a altas cotas de calidad y competitividad.

Luis Vicente Álvarez, fallecido a los 88 años, estudió Derecho y emigró de joven a México con intención de dedicarse a la abogacía, aunque al poco tiempo regresaría a Gijón, reclamado por su familia, para impulsar la empresa de paraguas que su tío había adquirido con el capital hecho en América, y en la que ya trabajaban otros allegados, como su padre. Pese a que la aventura mexicana no saliera como ideó, no dejó de ser una experiencia que marcó de por vida a Luis Vicente Álvarez, ya que allí conoció a la que sería su esposa, Margarita Aguirrezabala Triana, mexicana de origen vasco, con la que compartió 55 años de matrimonio.

Aunque su negocio fuera un orgullo, la sólida familia que construyó con su esposa era su bien más preciado, empezando por sus hijos, Paloma, Mariel, Cristina, Mirenchu, Luis, María José y Pablo, la mayoría de los cuales sigue ligada a la empresa gijonesa de paraguas, que no tiene en el nombre, Romanelli, ninguna renuncia a su origen asturiano, sino que responde a uno de los apellidos de la familia. Con esa denominación y la buena senda que, sobre todo, inició Luis Vicente Álvarez, Romanelli está ahora en algunos de los puntos de venta más exclusivos del mundo y se asocia con firmas de prestigio internacional. Y todo, sin perder su esencia gijonesa, de ahí que, como bien recordaron sus nietos en la misa funeral en Somió, cuando el abuelo salía de viaje y llamaba a sus hijos, lo primero que preguntaba «era si llovía».