J. M. CEINOS

Desde hace veinte años la enorme escultura de hormigón «Elogio del horizonte», diseñada por el escultor Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), se asoma al Cantábrico desde la parte más alta de la Atalaya. Fue el sábado 9 de junio de 1990 -se cumplen hoy dos décadas- cuando la obra de uno de los mejores escultores del siglo XX se inauguró, aunque en un acto accidentado, en el que tuvieron destacada presencia las trabajadoras de la empresa Confecciones Gijón, en lucha durante años por salvar sus puestos de trabajo, y Eusebio Compam Martínez, de 44 años de edad, quien agredió al entonces alcalde, Vicente Álvarez Areces, y al vicealcalde, Jesús Morales Miravalles, en protesta tras serle negada una vivienda social.

Pero dos décadas después, la escultura, concebida como nuevo símbolo de la ciudad durante el primero de los tres mandatos en el Ayuntamiento de Álvarez Areces, resiste el paso del tiempo y, como ayer aseguró Luis Chillida, hijo del escultor, «aunque hay unas pequeñas marcas del tiempo, por la escala que tiene la obra ni son estructurales ni son graves; el año pasado fue la última vez que la vi y estaba estupenda».

Director de comunicación del Museo Chillida-Leku, situado en Hernani (Guipúzcoa), el hijo del autor del «Elogio del horizonte» advirtió de que «con la escala que tiene la obra sería contraproducente tratar de ponerle parches para arreglarla», aunque es partidario, como para otras obras realizadas por su padre en hormigón, de «estudiar qué habría que hacer para evitar que con el tiempo el deterioro pudiera ser mayor, pero más que nada pensar en una conservación más que en una restauración», ya que «de momento no es preocupante» el estado de la escultura.

Luis Chillida, en este sentido, señaló que la fundación que lleva el nombre de su padre lo que pretende es llevar a cabo, «sin hacer daño a las obras, un mantenimiento lógico que evite que en el futuro los deterioros fuesen a más; plantear una especie de protocolo de actuación, pero no una intervención directa y poner parches, que al final hacen más daño y, además, sabemos que ésa no era la intención de mi padre».

Respecto a la integración de la escultura en la ciudad, que en principio contó con un fuerte rechazo ciudadano, Luis Chillida opina que «la impresión que tengo, y por la gente que conozco de Gijón, es que se ha convertido en una obra querida y apreciada, es el símbolo turístico de la ciudad y cuando la veo en la camiseta del Sporting me gusta; al final la propia obra se ganó el respeto de la ciudad y es querida por la gente, que es lo que buscaba mi padre».

Soledad Álvarez, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, quien prepara actualmente un trabajo sobre la escultura pública, opina que el «"Elogio del horizonte" es la primera obra del nuevo arte público de Gijón, exceptuando a la "Madre del emigrante", cuya función, en aquellos años en los que la ciudad atravesaba una profunda reconversión industrial, fue ser un poco el símbolo de futuro».

La catedrática explica de la escultura de Eduardo Chillida que «fue concebida como una obra abierta, que abraza el mar, el espacio, el aire, el horizonte, que trata de ser también, y así lo entendieron desde el gobierno municipal de Gijón, el símbolo del carácter abierto y marítimo de la ciudad». Respecto al rechazo inicial, «al no ser entendida cuando se inauguró en 1990», señala Soledad Álvarez, «dio la vuelta por completo y ahora se ha convertido hasta en el logotipo de la ciudad y la escultura es aceptada por todos los ciudadanos».

Otro rasgo destacado de la obra del artista donostiarra y de su ubicación, en el cerro de Santa Catalina, en opinión de Soledad Álvarez, es «la capacidad socializadora del lugar, un espacio que fue recuperado para la ciudad, y la escultura desempeñó un papel muy importante en relación con el urbanismo para recuperar ese espacio para los ciudadanos».

Además, la catedrática entiende que «otro papel fundamental es la función cultural y educativa del "Elogio del horizonte", ya que aproximó el arte actual a la ciudadanía». En definitiva, termina Soledad Álvarez, «contribuyó a definir un lugar, a imprimir en él una huella artística y dejar constancia de cómo realmente el buen arte puede convertirse en aliado del urbanismo para regenerar una ciudad, y eso el "Elogio del horizonte" lo hace muy bien».