A. RUBIERA

El gijonés Emilio Goñi entró con 11 años a la recién inaugurada Universidad Laboral. Corría el año 1956 y debía ser, por aquel entonces, apenas un rubio chavalín gijonés que acababa de dejar el Colegio Público Jovellanos para formarse en un centro donde le iban a enseñar todo lo que había que saber sobre oficialía y maestría.

Ayer, en un llagar de la zona rural gijonesa, Emilio Goñi celebró con un centenar de compañeros que, 54 años después de aquella entrada en el gran patio de la Laboral, por fin va a poner tierra de por medio entre el magno edificio de Cabueñes y su vida diaria. Porque Goñi pasó de ser un alumno destacado a un candidato de los jesuitas para formar parte del equipo de profesores de la Laboral. Y cumplió tan bien las expectativas que, como ayer recordaron sus compañeros, se convirtió en «uno de los primeros profesores que ya son un producto propio del centro: la de los antiguos alumnos».

Ese producto singular lo constituyen unos docentes que, además de una sólida formación -también hizo por libre la carrera de Ingeniería Técnica-, «poseen un profundo conocimiento de la institución que fue y es la Universidad Laboral». Y, como también se demostró con los años, hacen bandera y defensa de la memoria del que fue uno de los grandes centros educativos de España.

Emilio Goñi comenzó como maestro de taller y desde las naves de la Laboral participó en algunas de las innovaciones educativas que tuvieron que ver con la FP en distintos momentos de su historia. Recorrió todos los «oficios» del centro: maestro de taller, profesor innovador, tutor de grupos de internos, jefe de residencias, jefe de FP, jefe de talleres, catedrático de Tecnología, jefe de departamento, miembro del Consejo Escolar en diversas ocasiones, colaborador del Ministerio para el desarrollo de la LOGSE... y, en fin, ejerció de profesor durante más de 45 años.

En su despedida laboral, que él ha adelantado unos meses para poder decir que se va cuando él lo dice y no cuando lo obligan, sus compañeros recordaron la larga figura de un hombre «ordenado, curioso, metódico, puntilloso, paciente, sistemático, conversador... Un referente y un maestro integral». Goñi, al que al final pudo la emoción, aseguró que se va feliz de un sitio donde fue feliz. Y se marcha, dijo, cuando aún «no me duermo en clase».

Goñi se llevó de sus compañeros unos buenos regalos. El mejor, quizá, la amplia compañía -a la izquierda- y el poema que José Antonio Calvín le dedicó: «En este fin de siglo mientras los turistas llenaban el ágora y las arpías extendían su ponzoña sobre los pórticos nobles y las torres, te tuvimos a ti, maestro exacto y generoso. Ahora, varada frente al mar la nave, nos quedan nuestros recuerdos y el amigo de siempre. Quid melius?».