El tirón popular de Concha Velasco quedó bien patente anoche, al conseguir un lleno total en el teatro Jovellanos. Se ponía en escena la obra «La vida por delante», de Romain Gary , el único escritor francés que consiguió el Premio Goncourt en dos ocasiones, al presentarse, en la segunda oportunidad, bajo el pseudónimo de Émile Ajar. Curiosamente, la novela que mereció este último premio es la que ha servido para la adaptación teatral de «La vida por delante». Un trabajo desconocido hasta ahora por le público español, luego únicamente debemos endosar al atractivo escénico de Concha Velasco el éxito de taquilla.

La obra en su conjunto pasa por diferentes fases, unas lentas, pesadas, y otras dinámicas y divertidas. A todas luces necesitaría una revisión para aligerarla, de modo especial en los primeros 45 minutos, y si acaso en los 10 finales; ¡ah!, el dichoso despeñadero tan difícil de resolver. Aún así goza de momentos estelares, como el dialogo que se establece ante la aparición del padre de Momo, Youssek Kadir. Cuatro actores ocupan todo el texto, en el que Concha Velasco es omnipresente. Pero vamos a dejarla de momento; merece capítulo aparte.

La escenografía representa la sala de estar de una buhardilla de un edificio de seis plantas ubicado en París. Es amplia, destartalada y tiene la cocina anexa. En ella vive una vieja prostituta, Madame Rosa, acompañada de un adolescente musulmán llamado Momo. El chico, cuya edad oscila entre los 14 o los 17 años, según convenga, es hijo de una antigua y fallecida pupila de Madame Rosa, y vive bajo sus cuidados. Del padre nunca más se supo. El papel de Momo está interpretado por Rubén de Eguía, bien en general, aunque con gusto le quitaríamos sus excesos histriónicos, que no le hacen ninguna falta. Menos mal que estos fueron a menos a media que avanzaba la obra, para terminar en un tono más correcto. El tercer personaje es el doctor Katz, que visita periódicamente a Madame Rosa para aliviarla de sus muchas dolencias físicas y emocionales. Por último, aparece el padre de Momo, tras trece años de ausencia.

Concha Velasco está genial. Es una actriz que nunca debería retirarse por mucho que le convenga o amenace. Eso sí, escogiendo bien sus papeles. Que es mujer de fuerte personalidad lo demuestra en «La vida por delante», donde no tiene ningún recato en exhibir sus pérdidas, o sea el deterioro de los años. Ya es valor, cuando tantas mujeres hoy día empeñan salud y fortuna en tunearse de arriba abajo para retener una juventud que se va de modo inexorable. Concha está gordita y luce sus carnes en una mínima enagua que no se quita en toda la obra, aunque vacile con una bata, un vestido, una toquilla... Y su bufanda de martas cibelinas, tan oportunas e imprescindibles. El vestuario es otro acierto de la obra. Hay un atuendo, casi al final, en las demencias de Madame Rosa, que arranca las risas más estrepitosas, aunque en el fondo logra llenarnos de ternura.

«La vida por delante» podríamos encajarla en una obra de texto, las conversaciones entre Momo y Madame Rosa son variadas, ingeniosas e incluso profundas. La experiencia de la mujer es amplia y sus lecciones saturadas de humanidad. Al final se vive el drama; se veía venir. Queda la soberbia actuación de una actriz completa.