Escritor, presenta el libro «El árbol del pan» el próximo viernes en el Antiguo Instituto

Ángel CABRANES

Félix Población Bernardo nació en Valencia hace sesenta años, pero se crió en Gijón desde que cumplió tres meses de vida. Periodista y escritor, abandonó a los 20 años la ciudad donde creció para culminar sus estudios y ejercer como cronista político, crítico de cine y teatro y editorialista en diversos varios de comunicación. De padre avilesino y madre gijonesa, todavía le dio tiempo para conocer de primera mano los efectos de la Guerra Civil y la posguerra en la sociedad asturiana, una experiencia plasmada en el argumento de su tercera novela, titulada «El árbol del pan». Este libro, editado por Zahorí Ediciones, se presentará el próximo viernes, a las 19.30 horas, en el Antiguo Instituto, de la mano de su autor y la abogada y escritora Lidia Falcón. Población también trabaja en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

-Defina su libro «El árbol del pan».

-Es una novela basada en el Gijón de los años cincuenta. Esto quiere decir que una parte de ella es memoria y otra ficción. Ambas se combinan para hacer una especie de crónica familiar de la vida cotidiana en aquellos tiempos de tantas carencias, y también un homenaje a los mayores que vivieron la Guerra Civil, y la vivieron como vencidos. Aparecen personajes relacionados con mi familia y se teje una fabulación que trata de buscar una reflexión sobre una época y recuperar algo tan perdido en la literatura de nuestro tiempo que es la emoción.

-¿Hacia qué reflexiones quiere invitar al lector?

-Lo que me interesa es que toda persona que tenga memoria y facultades para expresarla, lo que le corresponde es alumbrarla. Sobre todo si procede de un ambiente que soportó tanto silencio durante años. Sin resquemores, inquina, ni sed de venganza; sólo dando a descubrir valores que deben primar, en estos tiempos de democracia, sobre todos aquellos otros que combatieron a esa España libre y democrática, que para mí fue la II República. Fue el primer período democrático de este país, con más libertad que nunca. Un período cultural muy fecundo y grandes e insólitas campaña educativas.

-¿Cómo afectó a su familia la Guerra Civil?

-Como a cualquier familia asturiana, una región severamente castigada porque tenía ya el precedente de la Revolución del 34. No en vano Gijón fue la última plaza que conquistó Franco. Muchas familias habrán vivido lo mismo, incluso más que la mía, porque en nuestro caso no hubo que lamentar ninguna muerte. El proceso de la posguerra lo viví como tantos otros, en los que los padres intentaban no reflejar lo que habían vivido a sus hijos por aquello de no comprometer su educación. A mí nunca se me orientó sobre ninguna ideología.

-¿Cómo refleja aquel Gijón de los cincuenta que vive en su memoria?

-Si desvelo mis orígenes desvelo parte de la novela, porque en ella establezco un homenaje y a mi padre y a mi abuelo. Trata de reflejar un friso familiar en general, y lo que se cuenta son historias muy apegadas a la clase popular gijonesa. Cosas que tenía que contar por obligación literaria y ética. A la hora de escribir un relato, cuando han pasado tantos años, los recuerdos se transforman. La memoria fermenta como la manzana, y ya no está sólo lo vivido, sino también lo imaginado. Ahora sólo regreso a Asturias durante los veranos, a Argüero, donde suelo pasar mis vacaciones.

-¿Por qué escogió ese título?

-El árbol del pan es una planta que existe en realidad, y que se caracteriza por su alto nivel nutritivo. En la novela no obedece a esa búsqueda, sino a un pasaje muy concreto que es el que desemboca el argumento al final y que sirve también como homenaje a los maestros republicanos que aparecen en esta obra, que fue el gremio más severamente castigado por el franquismo.

-Ésta es su tercera novela, tras «Crónica de un pájaro» y «El espejo del olvido» ¿Cuál es la diferencia respecto a las otras?

-No tienen nada que ver entre ellas, pero las dos últimas, «El espejo del olvido» y «El árbol del pan» forman parte de una trilogía de historias independientes basadas en Gijón. «El espejo del olvido» relata el problema de la inmigración, cuando Gijón fue durante los años industriales foco de recepción de emigrantes procedentes de Castilla y el interior; «El árbol del pan», de la que ya he hablado; y una tercera que ya está escrita pero continúa sin editar, titulada «El aire azul del verano». Esta última trata de la adolescencia, el amor y el sexo durante el franquismo, que también tiene como escenario Gijón, aunque la ciudad aparezca con distintos nombres en las tres novelas.

-¿Sigue vivo aquel concepto de las dos Españas?

-Sí, desgraciadamente. Se había obviado durante la transición, por contemporizar, y creo que el gran fallo fue no haber hecho una ley de memoria histórica cuando se debería. Es decir, cuando muchos de los que se hubieran beneficiado de ella vivían, tanto los que lucharon por la República como sus descendientes. Esto debió crearse en el primer período de gobierno socialista, después del golpe de Estado de Tejero, pero este golpe traumatizó la transición y la acomodó a unas normas de olvido. Ahora, con una ley de Memoria Histórica descafeinada y tardía, ha vuelto a aflorar aquel concepto. Pero sobre todo por aquella parte que debería estar más callada, que tiene que dejar paso a la memoria de los vencidos. No se puede hacer un país libre con muertos enterrados en tierra anónima. Eso ha reavivado un clima de las dos Españas que no es el que pretendían los que habían sido víctimas de un golpe de Estado, de una guerra y de una represión tras la guerra. El artificio está hecho por aquellos que pretenden tener una memoria histórica que no les corresponde porque ya la tuvieron durante cuarenta años.

-Como trabajador del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, ¿en qué medida este organismo puede ayudar a recuperar la historia de España?

-Hay una tarea ingente que queda por hacer. Está llegando mucho material de archivos de fuera de España, pero con la crisis económica el proyecto de gran centro documental, que tenía un presupuesto ya acordado, ha quedado en suspenso. Lo que falta por saber es que, si hay un cambio de Gobierno, y teniendo en cuenta la renuencia que tiene el Partido Popular a la memoria histórica, va a mantener este centro. Porque esto implica el reconocimiento de la historia republicana, de los vencidos y del franquismo tal cual fueron, sin adornos. Imagino que si no hay dinero para otras cosas, para esto menos...