J. L. ARGÜELLES

«Algo inesperado y todo un honor». Con la modestia y sencillez que, a juicio de quienes le conocen, caracterizan a Luis Fernández Roces (Pumarubule, 1935), el autor de títulos como «La borrachera», «El buscador» o «Viejos minerales» agradeció ayer la inauguración de la plaza que lleva su nombre, un espacio situado frente a la iglesia de los Padres Capuchinos, entre la calle Uría y la avenida de la Costa, que el Ayuntamiento dedica al escritor en reconocimiento a una doble calidad, literaria y humana.

«Es un pequeño pero gran homenaje», aseguró la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, que dibujó a Fernández Roces, como «alguien a quien no le gusta darse importancia, pero a quien queremos dársela los demás». Y es que el escritor asturiano, considerado por la crítica más rigurosa como uno de los mejores cuentistas españoles de posguerra (así lo acreditan las narraciones recogidas en los libros «De algún cuento a esta parte» y «Ageón), ha elaborado una densa y cuidada obra lejos de los círculos literarios de influencia o del intercambio de favores, es decir, a distancia del horno donde se cuece la fama.

«Es un gran cuentista, en el mejor sentido de la palabra», subrayó la Alcaldesa, para quien, con la inauguración de la plaza, el Ayuntamiento cumple un deber de obligado reconocimiento. La iniciativa ha sido impulsada por un grupo de gijoneses -amigos y admiradores de Fernández Roces-, encabezados, entre otros, por el también escritor Antonio Merayo. En nombre de todos ellos, José Marcelino García trazó una emotiva semblanza del autor de «Letras de cambio». «Es uno de nuestros mejores prosistas y poetas», señaló, tras incidir en la «excesiva humildad» del narrador, de quien hizo un ceñido retrato: «Alto, delgado, pelo como el armiño, un tanto encorvado de espaldas por lo que le pesa el corazón, siempre cargado de tesoros y silencios». Al acto también acudió el concejal de Educación y Cultura, Justo Vilabrille.

La «Plazoleta del escritor Luis Fernández Roces» es un espacio querido y conocido por este narrador, que vive en un piso próximo al espacio urbano -en el que destacan dos acacias hinchadas de palomas- que, desde ayer, lleva su nombre. Es un breve fragmento urbano que forma parte de la geografía sentimental y ciudana de Fernández Roces, que se ofreció a hacerse cargo del mantecimiento cotidiano de su placita, como un empleado municipal más.

«Luis conoce esta plaza y la plaza le conoce a él», indicó José Marcelino García, que recordó la llegada de Fernández Roces a Gijón, hace más de medio siglo, para trabajar como practicante en destinos como el hospital de la Cruz Roja o el dispensario de Ensidesa. Nacido casi junto a la bocamina de Pumarubule, Fernández Roces desarrolló en las horas libres que le dejaba su profesión sanitaria una vocación literaria (como lector apasionado y como escritor reflexivo y preciso) que mantiene desde que era poco más que un niño cautivado por el descubrimiento de los primeros libros.

«Es un escritor de raza y siempre estará en la primera fila de la literatura asturiana», afirmó José Marcelino García, para quien Fernández Roces es un «maestro de la elegancia». El escritor tiene premios como el «Asturias» de las Letras, el «Timón», el «Ateneo de Valladolid», «Novelas y Cuentos», «Hucha de oro», «Ignacio Aldecoa», «La Felguera», «Lena» o «Caja de Ahorros de León», entre otros.

Estudiosos como Franciso García Pavón o Medardo Fraile le han incluido en «Antología de cuentistas contemporáneos» y «Cuento español de posguerra», respectivamente, dos de las mejores selecciones de narrativa breve española del último medio siglo. En su obra, además de los títulos citados, hay que incluir novelas como «Diálogo del éxodo» y el «Paraje escondido». En una introducción a «La borrachera», Fernando del Busto define algunas de las marcas de estilo del narrador asturiano: «Su escritura es compleja, requiere un esfuerzo al lector, que, a cambio, se encontrará con un maestro en el uso del lenguaje, que procura la utilización de la palabra exacta».

Fernández Roces se dio a conocer como narrador, pero, según propia confesión, cultiva desde joven la poesía, un género del que, por el momento, ha publicado dos libros, los ya mencionados «Viejos minerales» y «Letras de cambio», colecciones que revelan a un poeta de escritura rigurosa, con una cosmovosión humanista y una voz entre elegíaca y de aliento existencialista. El escritor tuvo palabras de agradecimiento para los gijoneses y Gijón, «la otra verdadera tierra natal», y para algunos autores amigos recordados también en el nomenclátor local, como el fallecido Luciano Castañón. «Para mí es ya un instante feliz y para siempre», destacó Fernández Roces.