Directora de la galería de arte Van Dyck

Es guapa, comunicativa, apasionada... Tiene los ojos trasparentes y una actitud de eterna cordialidad.

-Por favor, defínase.

-Creo que soy una mujer muy tradicional, entusiasta de su actividad, y quizá demasiado exigente conmigo misma. Me gusta el trabajo muy bien hecho; siempre intento ser una buena profesional. Optimista en todo, alegre, muy coqueta con relación a mi aspecto... Estoy felizmente casada y tengo dos hijos varones, aunque mi pesadumbre se centra en no poder dedicar a mi familia todo el tiempo que me gustaría.

-¿Dónde vive?

-En un piso próximo al Molinón, desde el que puedo escuchar los clamores rojiblancos.

-¿Ésta es la profesión de su vida?

-Sí, sin ninguna duda.

-¿De pequeña qué quería ser?

-Tal vez farmacéutica o profesora... Pero más tarde, al vivir los inicios de lo que con el tiempo se convertiría en la Sala Van Dyck, fui entrando en un mundo que me apasionó. Admiraba a los artistas y descubrí que yo misma había heredado de mi madre su espíritu artístico. De otro modo, de mi padre creo que me ha quedado su visión empresarial. Luego, a través de los 26 años que llevo en esto he desarrollado mi propia experiencia.

-¿Lo cambiaría todo por producir su propia pintura?

-No, todo lo relacionado con el funcionamiento de la sala me encanta, y sobre todo me gusta trasmitir a la gente los mismos sentimientos que yo recibo ante una obra de arte. Me parece importante contribuir a crear coleccionismo y ver la satisfacción de los clientes.

-¿Qué le sugiere el olor del óleo?

-Me lleva al estudio de los artistas, a ese sancta sanctorum donde reina la creatividad. Su aroma me hace adivinar emociones, sentimientos, trabajo, ilusión... Huele a magia.

-¿Se considera usted una buena vendedora?

-Creo que no lo hago mal; he tenido la mejor maestra, María Ángeles Pérez, mi madre.

-¿Qué es lo más hermoso que ha entrado por la puerta de Van Dyck?

-Un retrato de Vicente Palmaroli, pintor madrileño del siglo XIX. Era una dama de época. Dentro de su aparente sencillez estaba trabajado con increíble maestría. Lo recuerdo como una auténtica joya.

-¿Se vendió?

-Sí, a mi pesar. Se fue a Sevilla y me complace saber que está en una buena casa; una casa donde saben apreciar la buena pintura.

-Supongo que no recordará cual fue la pieza más cara vendida en Van Dyck...

-Supone usted bien.

-¿Entre sus clientes abunda la clase política?

-No, al menos que yo sepa, son pocos. Quizá hay algunos más, pero yo desconozco su profesión. A la hora de vender lo que menos me importa es la ideología de cada cual. Y esa actitud la llevo a todo; me importan las personas más que su tendencia política.

-¿En las paredes de su casa, qué hay?

-Una colección de arte lograda con mucha ilusión, mucho cariño, y sobre todo gran esfuerzo.

-¿Centrada en la pintura asturiana?

-No, no tiene fronteras ni estilos exclusivos, pero aún me queda mucho para completarla, aunque sé que ese momento nunca llegará.

-¿Daría media vida por colgar en Van Dyck una exposición de...?

-Una antológica de Picasso. Sí, sería fantástico.

-Su cuidado aspecto personal, ¿obedece a una servidumbre del trabajo o es una obligación para sí misma?

-Esta actividad exige ofrecer buena presencia; el público lo merece. Sé que debo ir bien arreglada, bien vestida... Es un modo más de brindar a tus clientes un ambiente de ilusión y cierto confort. Pero si no tuviera la galería creo que iba a ser la misma.

-Entre unos buenos zapatos de tacón y un collar de perlas, ¿qué elige?

-Los tacones, siempre.

-Acabo de contar en su calle, Menéndez Valdés, siete locales vacíos, ¿qué pasa?

-Creo que los propietarios piden rentas exorbitantes, y sin duda, en estos momentos de crisis nadie puede pagarlas. Es una pena, porque Menéndez Valdés siempre ha sido una de las calles más comerciales de Gijón.

-¿Cómo le afecta a ustedes, la crisis?

-Igual que a todo el mundo, pero a mí, los retos me estimulan, más que encogerme. Es decir, he de trabajar tres veces más para conseguir la mitad que vendía antes, pero aquí estamos, luchando con el mismo ánimo de siempre. Dispongo de un programa de exposiciones fantástico, que nadie que ame la pintura se puede perder.

-Hablando de pérdidas, ¿en qué pierde usted el tiempo?

-Tengo poco, pero juego algo al pádel, hago esquí, paseo por la playa... Aunque sobre todo me centro en mi familia. Cocino fatal, pero como mi marido es un genio en ese terreno, nos compensamos. Tampoco fue engañado sobre mis habilidades.

-¿Cómo definiría Gijón, respecto a su sensibilidad artística?

-Es una ciudad con una enorme inquietud cultural. La prueba está en la gran variedad de ofertas artísticas. Pude verlo hace poco. Inaugurábamos una exposición de Vaquero Palacios, el pasado 25 de junio, viernes, y no nos dimos cuenta de que ese día jugaba la selección española su primer partido del mundial contra Suiza, a la misma hora. Un desastre, pensé que no iba a venir nadie, pero usted misma pudo verlo, se llenó por completo la sala. Por lo que me siento tremendamente agradecida. Gijón da para todo.

«Gijón es una ciudad con una enorme inquietud cultural, la prueba está en la gran variedad de ofertas artísticas»