Los paridores de ocurrencias van de oca en oca y siguen porque siempre les toca. La gente adinerada, para no ganarse el odio de cuatro millones y medio de parados que tenemos en casa, para no humillar a los españoles que viven en los límites de la pobreza, ha decidido no salir a cenar. Y entonces va el promotor de ocurrencias espectaculares e inventa las veladas operísticas con cena a todo lujo.

No pretendo hacer creer que los ricos riquísimos hayan dejado de cenar, sino que ya no lo hacen a bombo y platillo (en Cabueñes sería a soprano y barítono). Lo hacen en sus mansiones, a las que las mejores marisquerías de Madrid sirven las angulas a domicilio, con catering, sumilleres y chefs de alto rango.

En tiempo de crisis tienen la prudencia -seguramente más por razones de seguridad que por caridad- de cenar a puerta cerrada.

Los ocurrentes de Cabueñes se proponen hacer todo lo contrario: dar cenas en el Salón de Pinturas de la «Uni», para que todo el mundo sepa quiénes son los nuevos, e insolidarios, ricos que quedan en «esti Gijón del alma» y en esta Asturias (Patria querida).

Hay que ver en lo que está quedando la Universidad Laboral, que fue creada como orfanato para hijos de trabajadores, que salían de Cabueñes con una titulación profesional muy acreditada.

Si se va a seguir con ocurrencias de este tipo, ya estoy viendo las termas romanas del Campo Valdés convertidas en discoteca y el castro de la Campa Torres usado como solárium. Decían nuestros abuelos que cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Pues eso.