J. M. CEINOS

Recientes aún los rescoldos de las declaraciones de Benedicto XVI mientras volaba desde Roma hacia Santiago de Compostela el pasado sábado, cuando vinculó el laicismo de la España actual con el anticlericalismo de los años treinta en España, es menester recordar que fue en Gijón, precisamente, donde se quemó la primera iglesia en los prolegómenos del advenimiento de la II República.

Relatar, a tenor de lo que contaron los periódicos locales de la época, lo que ocurrió el lunes 15 de diciembre de 1930 en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la entonces Iglesiona de los Jesuitas («Ad maiorem Dei gloriam»). Pero antes es preciso situar los acontecimientos que provocaron los sucesos vividos en Gijón hará dentro de un mes 80 años.

A mediados de agosto de 1930, las fuerzas republicanas sellaron en San Sebastián, tradicional lugar de veraneo de la Familia Real, una alianza como antesala al previsto fin de la Monarquía de Alfonso XIII, que tendría su finiquito mediante un movimiento revolucionario que se iniciaría a mediados de diciembre del mismo año y del que saldría la proclamación de la II República.

Pero dos oficiales del Ejército, los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, protagonizaron el 12 de diciembre una precipitada asonada republicana en Jaca y proclamaron la República. A las puertas de Huesca los sublevados fueron reducidos por fuerzas gubernamentales y los dos oficiales, tras un consejo de guerra sumarísimo, condenados a muerte. La sentencia se cumplió el domingo 14 de diciembre y la descarga del pelotón de ejecución también alcanzó al régimen monárquico, que quedaría herido de muerte.

La ejecución de los dos militares republicanos desencadenó una huelga general en toda España desde el lunes 15 de diciembre, a la que el Gobierno de la nación respondió declarando el estado de guerra en todo el país.

El lunes los periódicos no salían a la calle, por lo que de lo acontecido en Gijón dieron cuenta el viernes, día 19, tras tres jornadas sin poder acudir a su cita con los lectores. Así, en la primera plana de «La Prensa», que se adjetivaba como «diario independiente», vemos un editorial con el título «Deplorables jornadas de violencia», en el que se censuraba el incendio de la Iglesiona, «un atentado deplorabilísimo, que hemos de rechazar, como intérpretes del estado de opinión que, en natural consecuencia, hubo de formarse en toda la provincia y a estas horas, para daño del buen nombre de Gijón en toda España. Fue un hecho tristísimo que convirtió el centro de la población en escenario de los más locos desmanes».

¿Qué ocurrió? Vamos ahora a las páginas del 19 de diciembre de 1930 de «El Noroeste», el antiguo rotativo republicano que en 1930 se declaraba «diario democrático independiente», para refrescar la memoria: «Ya en las últimas horas de la noche del domingo (14 de diciembre) comenzó a difundirse por Gijón el rumor de que al día siguiente se iría al paro general, como protesta por los fusilamientos de los sublevados en Jaca». Así fue: «La unanimidad en acatar la orden fue absoluta, sin precedentes en la historia de la organización obrera gijonesa, prueba del espíritu de societarismo de nuestros proletarios».

El lunes, los primeros sucesos tuvieron lugar en la plaza de abastos de la calle de Jovellanos, el mercado que ocupaba el actual solar de la plaza del Instituto, que fue derribado durante la Guerra Civil dentro del plan de mejoras del Consistorio, que presidía el anarquista Avelino González Mallada.

«Sin saber cómo ni quién, alguien dijo: "Lo primero que hay que hacer es quitar esta placa", señalando la que daba el nombre de Primo de Rivera a la antigua del Instituto». El general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja había sido el principal espadón del golpe de Estado palaciego de 1923, que instauró una dictadura de la que España acababa de salir.

Entonces, proseguimos con las páginas de «El Noroeste», algunos «comenzaron por arrojar piedras y almadreñas, pero en aquel momento llegaron fuerzas de seguridad (...) y despejaron aquellos alrededores simulando una carga». Pero al retirarse las tropas, «los grupos volvieron a concentrarse ante la placa de Primo de Rivera, arrancándola y haciéndola pedazos. Ya dueños de la situación, prosiguieron gritando y de pronto varios dijeron: "Ahora, con éstos". En forma tumultuaria penetraron en la iglesia de los jesuitas, en uno de cuyos laterales estaba fijada la placa, unos cientos de personas, en su mayoría muchachos de corta edad, y a los pocos momentos salían al exterior conduciendo bancos, confesionarios, sillas, estandartes e incluso una imagen, todo lo cual depositaron en el centro de la calle (de Jovellanos), haciendo una gran hoguera» frente a la entrada principal del Instituto de Jovellanos.

«Mientras tanto», prosigue el relato de «El Noroeste», «otros también provocaban el fuego en el interior, donde continuaban los destrozos. De pronto, sonaron dos disparos, cayendo un hombre al suelo mortalmente herido (...). Algunas personas acudieron en auxilio de la víctima, llevándola con toda urgencia a la Casa de Socorro. Depositada sobre la mesa de operaciones, se vio que toda intervención facultativa era inútil, pues era ya cadáver».

El fallecido fue identificado como el joven de 25 años Carlos Tuero Morán, vecino de la Carretera de Oviedo. «Presentaba una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda y otra, incisa, en la cadera derecha». Enterados los manifestantes de la muerte, «los ánimos se excitaron aun más, y a los pocos momentos la iglesia aparecía envuelta en llamas».

Por su parte, «La Prensa», que constató en el fallecido «una herida por arma de fuego en la región escapular izquierda, con salida por la cadera derecha», contó: «Cuando el incendio provocado en el interior del templo era más imponente, llegaron a la calle de Jovellanos y sus inmediaciones fuerzas de caballería de la Guardia Civil, disolviéndose los grupos inmediatamente (...). Los trabajos de extinción del pavoroso incendio fueron muy duros, consiguiéndose en las últimas horas de la tarde dejar sofocadas las llamas».

Los incidentes terminaron al proclamarse, contó «El Noroeste», la ley marcial a media tarde por una compañía del regimiento de Tarragona, de guarnición en el cuartel de Alfonso XIII en El Coto de San Nicolás. Las tropas, seguimos con el citado diario, fueron aplaudidas por el público, «mezclándose los aplausos con significativos gritos». Y «la noche del lunes transcurrió tranquila, sin que faltaran la luz y el agua, como se había rumoreado».