Estaba pensando adónde me podía ir. Pensé y pensé y al final decidí a ¡Marte! Preparé el equipaje: dos pares de calzoncillos, cuatro chaquetas, diez calcetines, seis pares de zapatos y once camisetas. Ah, por cierto, me llamo Bobby Nelson y tengo ocho años. Por dónde iba, ¡ah sí! Llamé a mis amigos Vicky y Hassan y nos marchamos, fuimos a la estación de tren y de ahí fuimos a Nueva York. Buscamos la estación espacial. Hablamos con el jefe a ver si nos dejaba ir. Al final, después de muchos tratos nos dejó. Nos entrenaron, nos enseñaron cómo funcionaba y todo eso. Nos pusimos el traje, entramos en la nave y nos fuimos a Marte. En el viaje jugamos mogollón y por fin después de dos días enteros de viaje, aterrizamos.

Construimos un refugio, descansamos y al día siguiente fuimos a explorar. Preparamos la mochila con cuerdas, redes etc. Después de caminar y caminar encontramos un mapa y ponía «El país de los marcianos». Buscamos por aquella tierra de polvo, y al final lo encontramos pero con mala suerte nos capturaron nos llevaron a la cárcel y salimos porque Vicky tenía una sierra, luchamos contra los guardias y después de atraparlos con las cuerdas nos tocó al rey que lo atrapamos con una trampa. Lo arrinconamos y lo atrapamos con la red, nos fuimos de la ciudad y llegamos a la nave nos montamos y? ¡nos fuimos de Marte! Llegamos a Nueva York, volvimos en avión, y fuimos a tomar un chocolate caliente.

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Estas vacaciones de verano he ido a Benidorm. ¡Me lo pasé genial! El hotel es espectacular, tenía cinco piscinas enormes desde donde se puede ver el mar y se escuchan sus olas. Tenía bastantes lugares donde se podía comer, entre ellos, un restaurante de comida italiana que para mí lo que mejor hacían eran los espaguetis.

Luego, había dos hamburgueserías con unas vistas preciosas; en una podías encontrar la piscina justo delante tuyo y en la otra, veías los campos de golf. Dejando a un lado lo que era el hotel, la ciudad también era preciosa. Tenía muchas playas con el agua a la temperatura perfecta y donde era muy agradable escuchar la brisa del mar. Los restaurantes estaban colocados en un sitio determinado donde podías ver la playa desde la ventana o desde una terraza. En el centro de la ciudad había muchos bares donde tenías gran variedad de tapas para picar. Los edificios era muy altos y por la zona de poniente había muchísimas palmeras. Para mí la zona de levante es un lugar perfecto para dar un paseo por la playa. Me gusta mucho esta ciudad.

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Y volvía a mirar por la ventana, sin ilusiones pero con esperanza. Alicia seguía creyendo en él, la persona con la que todas las noches soñaba, más allá del río, más allá de su pequeño valle, más allá de todo lo que conocía. Había vuelto a soñar con él, y aún no sabía cómo era, sólo que tenía que conocerle. Había visto su escalada, se había negado a mirar el cielo. Sólo le importaba la llegada, su sueño cumplido. Y esta vez no despertar, pero al amarrar sus fuerzas a la última piedra perdió la vista? Y despertó.

Y mirando por la ventana aún no se podía creer que más allá de su valle hubiera otra vida, y lo que menos quería pensar era que esa vida era la única que le importaba. Cerró los ojos y se preguntó por qué nadie podía entenderla. Sus padres, dos humildes campesinos, no creían en los sueños, sólo en la realidad, en el esfuerzo y la recompensa. Pero Alicia era distinta, ella no había llegado al mundo para subsistir, estaba aquí para vivir, para crear, para soñar, pero sobre todo para conocer aquello que tanto le intrigaba. Si realmente había alguien al otro lado de su presente vida, al otro lado de «su montaña». Así que esa misma noche decidió prepararse, decidió convencerse de que lo correcto era luchar, pero sabía que estaba equivocada, mas no le importó? Y su indiferencia fue el error.

Salió temprano, antes de que el Sol pudiera descubrirla, y provista sólo de un papel y un lápiz de madera se fue, por el sendero que llevaba a esa gran montaña, a la que había bautizado como «Lucha».

Pasaba las horas, y la montaña cada vez era más lejana, más imposible. Cada vez le producía una mayor emoción alcanzarla, pero sus posibilidades y su suerte no querían ayudarla. Cuando alcanzó su objetivo se acobardó, ante la altura, ante la grandeza, ante la monumentalidad de «Lucha», aquella que iba a dictar su destino. Comenzó a escalar, pero a cada paso menor esperanza tenía, menor ilusión, menor aliciente, pues iba abandonando su valle, y su esfuerzo no tenía fruto.

Yo la contemplaba con cariño y con ternura, estaba haciendo su sueño realidad, pero qué equivocada estaba. Lejos estaba de su sueño pero no iba a ser yo quien le hiciera daño. Seguía subiendo, ya nada le importaba, ahora se sentía mal, ¿qué dirían sus padres? ¿Qué dirían sus amigos? Pero lo más importante: ¿qué diría ella si abandonaba? Tomó un papel y escribió una palabra: «inseguridad».

Ahora que había pasado la cuarta parte de su «Lucha» lloraba, pero sus lágrimas no le impedían soñar, seguía escalando, incansable pero desesperanzada. Volvió a coger su papel y escribió «melancolía», pues añoraba lo que había dejado abajo. Lloraba por anhelo, nunca por tristeza, y ahora, el mundo y sus confuso sentimientos la habían vencido. Quería llegar ya a la cima, quería poder contemplar su valle con otros ojos pero su fuerza física era escasa. Respirando entrecortadamente se paró y anotó otra palabra: «impotencia». ¿De verdad podría rendirse? Yo la miraba e intentaba con mi mirada consolarla, pero Alicia era inconsolable, indomable testaruda.

Había llegado al ecuador de la montaña, había logrado la mitad de su cometido, ¿realmente podía conseguirlo? Sí, estaba segura. ¿Por qué no miran hacia abajo y saber cuánto había avanzado? La altura nubló su vista y sus ánimos, escribió otra palabra «miedo». ¿Por qué se había parado de nuevo? ¿Por qué no dejaba de escribir? Si seguía escalando alcanzaría todo aquello que deseaba pero estaba insegura, la vida en su valle no era tan mala al final, sólo simple, pero no mala ¿debería regresar? Su papel volvió a ser testigo de sus pensamientos: «conformidad».

La veía insegura y no quería verla así. Alicia estaba perdiendo la esperanza, y yo también, aunque no quería admitirlo? Nunca la iba a conocer? Estaba segura.

No podía más, las fuerzas se habían esfumado, sus esperanzas habían decidido tomarse un respiro a mitad de camino, poco quedaba de aquella luchadora? Garabateó una palabra: «cobardía», la última palabra antes de descender. Lanzó el papel al aire avergonzada, iba a ser otra de aquellas personas que habían dejado todo. No, no podía dejarlo ahora? Ahora estaba llegando, estaba tan cerca de conocerla, tan cerca de poder hablarle ? Y lo iba a perder todo.

Mientras descendía, a mayor velocidad que había subido, vio su papel volar, superarle, estaba llegando a aquel lugar con el que ella había soñado, un mísero fragmento de papel estaba abandonando todo aquello por lo que ella había pasado sin ningún esfuerzo. Ese papel llevaba sus inseguridades? Y le había superado. Vio a un chico asomarse, recoger su papel, leerlo, y sobre él llorar. No tuvo ninguna duda, era él, aquel con el que había soñado? Y aquel al que no podría alcanzar nunca.

Recogí su papel con cariño, como último recuerdo de su lucha? Estaba enamorado de ella, pero jamás podría decírselo. Soy esa persona con la que Alicia creía soñar, pero nunca soñó conmigo, yo bajaba todas las noches a su valle, a contemplarla, y para no asustarla la convencí de ser un sueño, casi me querría encontrar cuando perdí las fuerzas y me prohibieron bajar de nuevo? Pero creí en ella, creí que vendría, y ahora? «inseguridad, melancolía, impotencia, miedo, conformidad y cobardía» aquello que había logrado acabar con ella, conmigo, con nosotros?

Dije que estaba lejos de su sueño la escalada, el valle y la montaña, pero no dije que no fuera su destino, pues aquí, lejos de lo que hasta ahora conocía, estaba yo, y conmigo, su futuro deseado.

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Érase una vez Enma, una chica de trece años, a la que le encantaban las excursiones a la montaña. Era muy feliz pero lo único que quería era subir a la montaña, pero sus padres no le dejaban. Vivía en un pueblo que se encontraba en un valle pequeño entre dos montañas, y cada día, cada vez que se levantaba, miraba por la ventana con ojos tristes. No iba al colegio, se dedicaba a pasar todas las mañanas en su casa, ayudando a su madre a hacer las tareas y a cuidar a su hermano pequeño Juan. Él tampoco iba al colegio, pues no había en el pequeño pueblo en el que vivían, pero se dedicaba a jugar con sus juguetes y su hermana mayor, y sus padres le enseñaban alguna cosa. Enma se aburría en su casa y cada día, preguntaba a sus padres si podía dar un paseo por los senderos de la montaña, pero sus padres le decían que no, que sí quería subir a la montaña tenía que esperar a ser más mayor o si quería, subir con su padre cuando no trabajase. Pero su padre no tenía tiempo para estar con ella, pues trabajaba a todas horas del día. Su padre era agricultor, trabajaba en la huerta de un hombre que se encontraba en un pueblo cercano que a cambio le pagaba.

Su trabajo era duro, pues hacía mucho Sol en aquel pueblo, y el tenía que trabajar todo los días, sin embargo, el hombre le daba muy poco dinero a cambio. La familia de Enma era pobre, pues sólo tenía el dinero que recibía su padre, y Enma estaba disgustada porque no podría subir en su vida a la montaña, porque su padre estaba siempre ocupado.

Un día, cuando su padre estaba trabajando en la huerta, Enma tenía el mismo humor de todo los días, aburrida jugando con su hermano pequeño. Estaba esperando a que su padre viniese de trabajar para comer, pero no venía.

-Qué extraño, dijo Enma. No viene mi padre y debería estar en casa hace una hora.

Su madre estaba preocupada porque no venía y todo los días tenía que esperarle pues era él quien traía la comida y el dinero. Esperaron y esperaron, pero no aparecía. Enma pensó que igual su padre se había perdido en el valle, y se lo dijo a su madre.

Su madre le dijo que igual pasó eso, y se puso muy nerviosa. Enma le dijo que sí, que se había perdido. Ella podría ir a buscarlo. Su madre al principio le dijo que no, pero después, al pensarlo, cedió.

-Ya eres mayor para ir sola por la montaña, Enma, dijo su madre. Ya tienes catorce años y te sabes cuidar.

Enma se despidió de su madre y de su hermano y partió a la montaña. Como era invierno, hacía mucho frío. Empezó a nevar, pero muy fuerte, y también había mucha niebla. Cuando era de noche, encontró una cueva pequeña que le sirvió de refugio. Pasó toda la noche, pero no pudo dormir por el frío y por el miedo que tenía. Se dijo para sí que sus padres tenían mucha razón diciendo que no podía ir a la montaña porque era muy fácil perderse por ahí.

Esperó que amaneciese y siguió caminando entre la niebla. Divisó un pueblo, y pensó que debería ser el pueblo donde trabajaba su padre. Empezó otra vez a nevar, y hacía mucho frío, de repente vio una silueta en la niebla, en la curva siguiente. Al acercarse vio con sorpresa que era su padre. Los dos se abrazaron y su padre le contó lo que le había ocurrido. Resultó que al salir de trabajar empezó a hacer tanto frío y nevaba tanto que no pudo seguir.

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Giacomo « El Poeta» Pacciolo tenía la nuca apoyada contra el cristal, con la cabeza inclinada hacia su plato de boloñesa y una expresión atónita congelada en su rostro, contemplando inerte su propia masa encefálica que se desparramaba por el suelo del Cicerone.

-¿Un poco más de whisky, Rosie?, pregunté con indiferencia, mientras el humo de mi colilla escapaba por la ventana, mezclándose con la nube tóxica de la hora punta neoyorquina. Rosie palidecía ante su copa vacía, su mirada azul clavada en el cadáver sentado enfrente de ella, debatiéndose entre el terror y la desesperación. Se mordió el labio, haciendo un esfuerzo por recomponerse.

-Eh, la botella está vacía. Creo que iré a por otra. Su boca estaba seca, apenas podía articular un hilo de voz. Sonreí para mis adentros mientras su cuerpo de diosa desaparecía tras la puerta del reservado, mirando de soslayo a mi difunto comensal.

-Qué buena pinta tiene esa pizza. ¿No te importa que te robe un poco? La masa se fundía en mi boca, dejando un regusto de victoria. Rosie apareció de nuevo, había recuperado el color. Sirvió el whisky.

-Me pregunto en qué líos andaría metido el viejo Giacomo, comenté. Ella me miró fijamente, un chispazo relampagueó en su rostro.

-Algún contrato fallido con los irlandeses. ¿Tú no estabas al tanto?

-Sabes que nunca cruzó el puente de Brooklyn. Prudencia, se llama. Aquello era una verdad a medias. Puede que estuviera más vinculado con la muerte de El Poeta de lo que afirmaba, pero sin duda había sido su imprudencia lo que había cavado su tumba.

Lo que le molestaba no era que se la tirara, a fin de cuentas ella ya me había dejado claro que lo que había entre nosotros dos era sólo algo físico sin compromisos, sino ese maldito brillo de ojos cuando pronunciaba su nombre. Aún le recuerdo, reclinado en el sillón, gesticulando apasionadamente:

-Esa chica tiene algo, Tommy. Su presencia es etérea y abrumadora, es eléctrica. No es el físico, es ese aleteo de pestañas cuando recorre mi cuerpo como un suspiro que se disuelve en el vacío o un rosedal que brota en terrenos yermos; jamás nadie me había hecho sentir así. A veces me imagino dejándolo todo, los contratos, las intrigas? Sólo ella y yo, en algún lugar perdido de la Toscana, fundiéndonos bajo un amanecer escarlata con el tiempo suspendido. Simplemente queriéndonos.

-Cállate antes de que vomite, Richard Gere, tu ramera tiene el corazón lleno de callos.

-Tus palabras tienen el tinte amargo de tu propia frustración, pero esta vez es distinto. Ella me quiere, y lo sabes. No estaba dispuesto a admitirlo, sin embargo descolgué el teléfono. Una simple llamada a los irlandeses: el lugar y la hora a la que El Poeta sería un blanco perfecto, sin testigos.

Ni siquiera me molesté en fingir sorpresa cuando el titán irlandés irrumpió en el reservado descargando sobre Giacomo su calibre 45.

-¿Y ahora qué, Tommy?, preguntó Rosie alzando la vista.

-Ahora ? Sólo quedamos tú y yo, querida.

-No? Te equivocas. Sólo quedó yo.

Observé el vaso de whisky al que acababa de echar un trago, ella ni siquiera lo había probado.

-No es posible. ¿qué has hecho, Rosie? ¿por qué lo has hecho? Sabes que sin mí no te queda nada.

-Me da igual. Yo le quería y tú me lo arrebataste.

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-Tome asiento, por favor. Explíqueme Sr. Ramos en qué consiste su miedo- pidió amablemente el psicólogo mientras observaba a su paciente cuya cara había palidecido repentinamente

-Eh ? Verá, doctor. ?- titubeó un momento- mi miedo es tan grande que me ha impedido llevar una vida normal durante 40 años. Tal es mi fobia que nunca he conocido el amor ni los placeres de viajar o del cine ni la satisfacción del reconocimiento del trabajo. Por él mi madre se está muriendo de pena y la medicina contra la depresión nada le hace. Sólo intentar pronunciar el nombre de la causa de todos mis males me corta la respiración, un sudor frío recorre mis mejillas, las rodillas me fallan ? Efectivamente, los síntomas aparecían uno a uno según el paciente los enunciaba. Así entendió el doctor que el proceso sería más lento de lo esperado.

-Ya veo- contestó mientras se acariciaba la barbilla, que tenía cubierta por una espesa barba blanca. ¿Y por qué no me dice entonces que le ha movido a enfrentarse a él en este preciso momento de su vida?

-Tengo a mi padre muy enfermo. Un cáncer terrible. Hasta ahora me comunicaba con él por cartas, pero ya no tiene fuerza para eso. Así que no me ha quedado más remedio que venir a la ciudad para darle mi último adiós y para ello no tengo otra alternativa que enfrentarme a mi más profundo miedo,- explicó el Sr. Ramos abatido.

El silencio inundó la estancia durante un momento. El único sonido era el del bolígrafo del psicólogo golpeando el escritorio de roble. Aquel repiqueteo parecía marcar el ritmo de su pensamiento.

-La búsqueda del origen es fundamental para superar las fobias. Hábleme de su infancia.

-Recuerdo los primeros años de mi vida, años felices. Yo era un niño normal, algo gordito, de papos rosados y sonrisa alegre. Disfrutaba de los placeres simples: comer galletas, jugar al escondite con mi hermano ? Pero había algo que nada podía superar, el mejor juguete, el mayor entretenimiento: mi camión de Playmóvil. Era un vehículo rojo, de ruedas de goma. Su plástico relucía con el sol del parque. Todos los niños me miraban jugar con mi amado camión. Todo iba de maravilla, hasta la guardería. Allí conocí a Alberto. Por entonces mi mejor amigo. Aunque yo sé a ciencia cierta que sólo me quería por mi flamante camión. De todas formas nuestra amistad me complacía. Tenía un compañero de juegos, alguien con quien compartir la manta de la siesta y las galletas con zumo de la merienda. Sin duda era una bonita relación hasta que un ser tan encantador como temible apareció en nuestras vidas: Carolina. Carolina Vega era una de esas dulces niñas de cabello rubio y rizado y labios rosados. Una belleza prematura, que con cuatro años ya dejaba entrever la hermosa mujer en la que algún día se convertiría.

De nuevo, el silencio invadió la sala y el psicólogo paró de tomar notas para centrarse en la expresión del paciente: ojos achinados, ceño fruncido y labios apretados. ¿Qué mal habría hecho tan dulce criatura a su paciente, para que aquel odio se reflejase en su cara?

-Ambos quedamos de inmediato prendados de aquella hermosa criatura. M camión rojo y yo éramos el centro de toda su atención. Alberto se tornó entonces desagradable conmigo. Ya nos jugábamos juntos y se pasaba los días enfadado en una esquina contemplándonos a mí y a mi nueva amiga con envidia. Pero rápidamente comprendió que aquél no era el camino para ganarse el amor de Carolina. Todo pareció volver a la normalidad, pero entonces Alberto, en un arranque de maldad maquiavélica, me traicionó vilmente. Convenció a sus padres para que le comprasen el juguete que acabaría con toda mi popularidad. El avión de Playmóvil.

-Mi mundo se derrumbó. Perdí a todos mis amigos, y hasta mi camión perdió su brillo; pero lo más doloroso fue la pérdida de Carolina. La depresión duró semanas. Me sentía humillado, traicionado y solo. Aquella maldad se merecía un castigo ejemplar.

Un día la chispa se encendió y una idea brillante vino a mi cabeza. -Alberto. Tu juguete es mejor. Ya no estoy enfadado. ¿Volveremos a ser amigos?, dije, con mirada angelical.

-Bueno vale, respondió con una petulante sonrisa. Se sentía victorioso pero su temporal felicidad sólo haría más satisfactoria mi venganza.

-¿Quieres que hagamos volar el avión juntos?

-¿Pero puede volar de verdad?, preguntó emocionado.

-¡Pues claro, tonto! Es un avión, contesté de manera inocente.

Corrimos hacia la ventana de la guardería, nos vimos en una silla y ¡zas! ¡mira Pablo! ¡mira cómo vuela! Un intenso vuelo de cinco segundos que finalizó con un sonoro ¡bum! El sonido del avión destrozado en el suelo culminó mi venganza. Entonces mi risa y el llanto de Alberto se unieron en un concierto de ruidos estridentes, mi camión volvería a ser el número uno. Todo había salido a la perfección.

Por primera vez desde que había entrado a la consulta, el psicólogo vio sonreír al Sr. Ramos aunque a medida que avanzaba el relato su perfil cada vez encajaba más con el de un psicópata.

Pero algo estropeó mis planes. La dulce Carolina no actuó como yo esperaba. Alberto, ese sucio rufián nubló su buen juicio con sus lágrimas. Carolina se enfureció conmigo. Sus ojos azules se volvieron fríos como el hielo, sus moñitos rubios parecían cuernos de diablo y sus torpes pisadas hacían temblar el suelo a medida que avanzaba hacia mí. Yo la observaba desde el suelo donde jugaba con mi camión rojo. Así con todo el odio de la humanidad concentrado en un escaso metro y veinte kilos vino hacia mí y el charol rosa que cubría sus pies se convirtió en el más temible arma de destrucción y...

-Y aplastó su camión-, adivinó el psicólogo.

El Sr. Ramos rompió a llorar, un llanto desolador.

-¡¡¡Sí!!! , dijo chillando entre lágrimas.

-Y por eso es por lo que usted tiene miedo?

-¡No lo diga, por favor! ? ¡por favor, piedad!

?A los zapatos de mujer.