A finales del pasado mes de julio subí a Peña Orniz. Nunca había estado antes y me apetecía conocer la cumbre de la Babia. Entré por la vertiente leonesa y, tras pasar la noche en La Cueta, inicié la ruta de ascenso en la mañana. Era un día claro y templado, lo que facilitó la ascensión por una ruta sencilla y apenas empinada. Ya en la perfilada arista (el patio que se abre a tus pies cuando recorres la cresta es impresionante) tienes la oportunidad de contemplar el circo glaciar, que se desparrama por la vertiente norte, para terminar en el lago del Valle, cerrándose y conformando la cuenca que termina en la Pola de Somiedo.

La vertiente norte es escarpada, vertical y de paisaje casi lunar. La Babia es verde, apacible y relajada. De vuelta, busco las fuentes del Sil. No las encuentro. La seca del estío sólo deja algún atisbo, un breve indicio a modo de aspirante a humedal. Metros más abajo se vislumbra un hilillo, que se va haciendo más consistente. Aun siendo sólo un proyecto, entre los hierbajos asoma una corriente de agua. En cuanto consigue un cierto tamaño, se hace agreste y salta de piedra a piedra. Según desciendo, se suman aguas y la espuma que se forma tras cada escollo se va haciendo más consistente.

Las aguas corren limpias y transparentes. Tras una breve cascada, sigue un remanso; en él se detiene y recobra fuerzas para seguir su andadura. La vida continúa. El río va engordando y su discurrir se hace calmo. Cuando mayor es su caudal, menor la dificultad a superar (el valle más ancho, los saltos más pequeños). A veces, esa misma placidez sirve para que se formen remansos, que pueden terminar en áreas pantanosas.

Cuando una corriente de agua se detiene, se estanca. Lo siguiente es depositar la materia en suspensión, ir generando sedimentos, más o menos deseados. El agua se vuelve turbia. En las arenas y barros germinan plantas. Estas terminan descomponiéndose (también animales emponzoñan las aguas) y sirviendo de caldo de cultivo para bacterias y parásitos. Las aguas se corrompen y se convierten en focos de infección. Terminan siendo aguas podres.

Las sociedades se parecen a los ríos. Vigorosas en la juventud, poderosas en la madurez y cansinas en la vejez. Algunas también se estancan (mismo gobierno durante décadas, tejido productivo agotado, población envejecida), cuando esto ocurre tienden a pudrirse. Es un proceso natural. La solución es sencilla, hacer que el agua fluya y se renueve.