La gijonesa Mónica Iglesias hace magia con sus manos, y de sus fogones brotan fantasías con forma de dulce. Con apenas 31 años, esta vecina de Pumarín se ha abierto un hueco en el competitivo mundo de la gastronomía en Madrid, a base de mucho esfuerzo y con una imaginación desbordante.

Tras completar sus estudios en la Escuela de Arte de Oviedo, Mónica vivió algunos años en París, donde realizaba trabajos de estampación para niños. Tras su periplo francés, aterrizó en la capital española para dar rienda suelta a una afición que arrastra desde niña: la cocina. Y como resultado de su formación como diseñadora, ha conseguido un producto diferenciado y plenamente apetecible: elaborados caterings personalizados y mimados al máximo, llenos de color y con presentaciones dignas de catálogo.

Todo empezó con su trabajo en «La Casita de Wendy», una pequeña empresa de diseño de ropa y de tejidos y papel para hogar, cuadernos y agendas. Mónica Iglesias comenzó a llevar al trabajo «pequeñas cositas cocinadas por mí, y tuve éxito. Empezó a funcionar el boca a boca y comenzó a llamarme gente, así que comencé a hacer caterings y cursos».

Uno de sus primeros trabajos fue para una feria de diseño independiente, y sus creaciones culinarias gustaron tanto que nació el «Pinchín». Un proyecto que, además de la elaboración de comidas a una escala pequeña y artesana, también ofrece la posibilidad de disfrutar con los cursos que Mónica imparte para grupos reducidos en su propia casa.

El catering del «Pinchín» se adapta al presupuesto de cada cliente, e incluso se sirve a domicilio, siempre que esté en el área metropolitana de Madrid. Mónica ofrece galletas, tartas, pinchinos dulces y salados, mesas decoradas y menús caseros de todo tipo, con su sello inconfundible de colorido y un diseño depurado, personalizado para cada ocasión. Y con la calidad adicional que aporta una elaboración artesana y con ingredientes naturales.

Entre los clientes de la gijonesa figuran varias agencias de prensa que organizan eventos con pequeños caterings. Hace poco, el «Pinchín» estuvo presente en la inauguración de la nueva tienda de Adolfo Domínguez en la calle Serrano, y ya son numerosos los actos en los que Mónica Iglesias ha dejado su sello: una estudiada presentación y productos personalizados. Un ejemplo: «Han llegado a encargarme 3.000 galletas, a las que tengo que pone un logo y personalizar una por una», indica la diseñadora. Un trabajo de muchas horas, realizado de manera artesana y sin la ayuda de nadie.

Mónica tiene claro que ésa es la esencia de su pequeño negocio. «No quiero perder la idea con la que nació el "Pinchín", no quiero que el negocio crezca ni cambie porque quiero seguir haciéndolo yo, que la gente lo valore precisamente por ser así», explica. Ella se presenta allá donde la reclamen con su cestita y sus manteles y reparte en sus caterings delicias como bolitas de bizcocho cubiertas de chocolate blanco, tartitas de mojito, de vainilla y fresa, galletas de mantequilla o magdalenas de arándanos.

Gracias al éxito que está alcanzando con su idea, Mónica está pensando en buscar un local un poco más grande que le permita trabajar e impartir sus cursos con comodidad, aunque siempre manteniendo la idea de trabajar sin ayudantes. Precisamente las lecciones caseras son uno de los platos fuertes del «Pinchín». Nacieron como un experimento con los conocidos y poco a poco la idea ha ido convirtiéndose en parte importante del negocio. Mónica Iglesias ofrece clases sobre diferentes temas de cocina, salada y dulce. Ella pone su casa, su saber y todos los ingredientes. Los alumnos, entre tres y cinco por sesión, aprenden a elaborar creaciones de diseño y luego se los llevan a su casa. «Organizo cursos de lo que me piden, últimamente tienen mucho éxito las cupcakes», indica. Se trata de pequeñas tartitas para una persona, que admiten tantas formas y sabores como permita la imaginación, y que, convenientemente presentadas en sus cajas, hacen las delicias de sus clientes.

Mónica reconoce con una sonrisa que el negocio da para vivir «lo justo, para pagar el alquiler», pero lo fundamental para ella es disfrutar con lo que hace. Ahora mismo está embarcada en una investigación sobre el pan, para elaborarlo «como se había antes, sin levaduras, al modo artesanal». También está interesada en las huertas ecológicas, y continúa con sus trabajos de estampación textil, con un proyecto aún por explorar de creación de ropa de mesa.

Todo un mundo de sensaciones y de sabores que esta gijonesa comparte con todos los interesados en su arte culinario a través de su página web (monicaiglesias.com/pinchin). Para chuparse los dedos.

El cuartel general de Mónica Iglesias es su propio domicilio, donde lo mismo se pone a hornear las más de 3.000 galletas personalizadas para un encargo que ofrece cursos para todas aquellas que lo deseen sobre mini «cupcakes», el último éxito de los fogones. Todo, sin salir de la cocina de casa.