En el ciclo de conferencias que sobre «Las guerras de la independencia hispanoamericana» se está celebrando actualmente en el Ateneo Jovellanos hay una sombra de tristeza, que en todos los casos proviene de las palabras del ponente. Razones sobran para dicha tristeza. Aparte de ver cómo el imperio español se caía a pedazos, las consecuencias o memorias posteriores tampoco arrojan motivos para la alegría. Ayer, por ejemplo, cuando el capitán de navío José Mará Blanco comenzó su discurso titulado «La Armada en la guerra de emancipación americana», sus primeras palabras fueron para lamentar que aquellos españoles de ultramar que lucharon contra España y contra su rey, todos tienen monumentos en las plazas de nuestras ciudades, mientras que los leales que los combatieron fueron relegados al olvido.

De ahí en adelante, todo el relato es la historia de un fracaso labrado con despropósitos, dejadez y pésima política. Habrá quien piense -y piensa bien- que la independencia de las colonias hispanoamericanas era una causa irrenunciable. Pero otra cosa es cómo se consiguió; estaban en entredicho la dignidad de España, su prestigio, sus intereses...

El comandante de Marina del Principado, Juan Manuel Beceiro, elegantísimo con su uniforme de media gala, hizo la presentación de José María Blanco. Entre sus muchos méritos diremos que ha mandado el dragaminas «Sil», la corbeta «Diana», la fragata «Cataluña», y el buque de combate «Patiño». Es especialista en comunicaciones, profesor de Estrategia, académico, investigador, organizador de congresos... Está en posesión de diversos premios y condecoraciones, entre ellas la medalla de la OTAN. Pertenece a una familia de militares desde el siglo XIX.

Sentido del humor, pese al tinte trágico de su exposición, no le falta al señor Blanco. Al ver la sala llena, achacó el dato a la presencia de familia, compañeros y núcleo ferrolano. «Contaba siete meses cuando mi padre me trajo en barco a Gijón, donde recibí mi segundo bautizo, éste de sidra, en el bar Nalón». Saludó al presidente de la Fundación Alvargonzález, Juan Alvargonzález, agradeciéndole sus aportaciones a la historia de la Marina. Valiéndose de imágenes en pantalla, José María Blanco mostró el mapa de la América hispana. «Allí donde hubo una capitanía general y un virrey, hay hoy una nación», dijo, aludiendo al ordenamiento y sistema legado por los españoles.

La Marina militar española nace con los Borbones en 1717, creándose tres bases: Ferrol, Cádiz y Cartagena. Pero es el marqués de la Ensenada (1748) quien regula el cuerpo y establece los grandes arsenales. Un apostadero es un puerto que reúne varios buques bajo el mando de un jefe; una base naval sirve para reparar, aprovisionar y formar marinos. Según esto, el primer apostadero americano se hizo por orden de Felipe II en Veracruz; éste precedió al de La Habana, al de San Blas de California... A su vez, la primera base naval tuvo su sede en Cartagena de Poniente; la segunda, en Puerto Cabello; la tercera, en Montevideo... Pasaron tres siglos. En Callao de Lima se arrió la ultima bandera de la Marina española. Nunca se envió ultramar un ejército organizado, a los oficiales se les pagaba mal, no se dotó de medios a la Marina, cuando la única comunicación con la metrópoli era el mar. En 1808 comienza la emancipación y apenas hay treinta oficiales de la Marina española en todo el continente.

«Yo quiero recordar a los héroes silenciados, los que defendieron a España y la corona», dijo el capitán de navío José María Blanco. Rosendo Porlier, Jacinto Romarate, José Primo de Rivera, Pascual Enrile, Monteverde, el asturiano Boves, Ángel Laborde, Roque Guruceta...