Benjamín González Miranda, natural de Blimea aunque afincado en Gijón desde hace más de veinte años, es médico del servicio de urgencias de Cabueñes. Ayer, en el Centro Municipal de La Arena, expuso su visión sobre la «medicalización de la vida», que además de ser una madura y larga reflexión, es también una publicación recién editada por la editorial Voz de los Sin Voz. Un libro en el que Benjamín González, además del estudio de esa medicalización, añade una reflexión sobre los peligros a los que lleva, como el hecho de que el médico acabe causando daño al paciente -iatrogenia-.Y todo, además, sin perder de vista una tercer hilo de la historia: la vinculación con la ética de las relaciones con la industria farmacéutica por parte de los facultativos. El jueves, en el salón de actos de Cabueñes, abordará de nuevo todas esas ideas ante los compañeros que estén dispuestos a participar de esa revisión de «lo que nos está pasando» con la sanidad. Y, sobre todo, de la «profunda injusticia social a la que nos conduce».

-¿Cómo surge esta publicación?

-Forma parte de un trabajo que hice como fin de un máster de bioética. No me interesa la denuncia sin más; lo que me gustaría, en realidad, es que se hablara un poco más de estas cosas entre los profesionales de la sanidad, porque es algo que nos cuesta mucho abordar. Creo que hay en general un sentimiento de pérdida y eso hace que hablemos poco de un tema que nos duele. Pero hay que superar eso, hay que llevar a cabo un abordaje desde un punto de vista ético, y establecer un diálogo que nos lleve a una práctica sanitaria mejor. Porque es a nosotros a quienes nos compete hacer algo y no vale decir sólo que somos víctimas.

-¿La reflexión de dónde parte?

-De mi propia experiencia como médico. Desde 1987 estoy viendo un cambio evidente en las urgencias que pasan por Cabueñes. Cada vez se ve más claramente la medicalización y sus consecuencias negativas, que las tiene. Porque es algo que nos puede llevar a la iatrogenia.

-¿A qué se refiere con medicalización?

-A hacer depender del sistema sanitario cosas que no son médicas. Problemas que son de la vida, problemas naturales, una tristeza por una pérdida, mil cosas... hasta la calvicie es vista ya como una enfermedad. Lo mismo pasa con tantos factores de riesgo -la osteoporosis, la hipercolesterolemia...- que no son una enfermedad pero acaban por ser vistas como lo que no son. Y eso va calando en todos, en la población y en los profesionales, y en uno de los sitios donde mejor se refleja es en urgencias. La gente que llega cada vez lo hace más por intolerancia a las incertidumbres. Reconozco que es un problema cultural complejo, con muchas aristas.

-Porque no se tolera la enfermedad...

-Ni siquiera eso; lo que la gente ya no tolera es la incertidumbre, el malestar, o lo tolera peor que lo hacían los abuelos. Antes se tenía una fiebre y se esperaba unos días a ver en qué paraba. Ahora, entre los diagnósticos más habituales en las urgencias de pediatría en Cabueñes está el «síndrome febril a observación», y el «dolor abdominal inespecífico»...

-¿Por qué?

-Porque la medicina no es ninguna brujería y en el curso clínico no da tiempo a que un médico vea más que lo que hay; así que muchas veces sólo se puede ver y observar, ver y observar. Pero es cierto que hay mucho temor. No es broma si le digo que hace pocos días me tocó atender a una chica joven, 15-16 años, que llegó a urgencias con su madre. Cuando les pregunté qué le pasaba, lo que me dijeron era que había empezado con fiebre hacía 4 o 5 horas. La gente tiene una fe excesiva, se ha endiosado la ciencia, y cuanto más grande es el edificio sanitario que construimos, damos la impresión de que ahí está la clave de todo. Pero eso es un error, y más en Gijón, donde la atención primaria es realmente muy buena.

-Y al final acaba llegando el «daño» del médico al paciente.

-Observando todo eso llegas también al mal que, sin querer, generamos los médicos por ese gran engranaje de sistema médico-industrial en el que estamos metidos. Eso es la iatrogenia. Y tiene que ver con la medicación inadecuada, medicalización excesiva... son un montón de problemas. Tenemos al alcance muchas tecnologías y eso se junta a la creencia de que cuanto más, mejor; y no es cierto: la medicina siempre fue un arte, pero ahora, más que nunca, quizá tengamos que ir a la protección del paciente.

-Porque otra realidad, además, es la de la exigencia del paciente.

-Ahora todo el mundo lee mucho, mira internet, se cree que sabe, y se llega a las consultas con exigencias. Un médico no tiene que limitar nada, sino hacer lo mejor. Y ahora no siempre se hace.

-¿Es de los que limitaría las «excesivas pruebas» que se piden en los hospitales?

-No me interesa ese debate cuando se interpreta en términos economicistas, porque no es tan simple ni es sólo culpa del profesional. Lo que me gusta es la reflexión ética sobre el sistema creado. Hoy por hoy, en medicina el bien más preciado es el tiempo. En urgencias, por ejemplo, se nos pide que extrememos nuestro intento de procurar una atención mejor, pero eso es lo que, precisamente, más interesa al profesional. Y somos conscientes de la necesidad del tiempo para explicar a una persona qué le pasa, para tranquilizarla, para que capte bien lo que quieres decirle y asegurarte de que lo entiende.

-¿Cómo enlaza la medicalización, la iatrogenia y lo que llama la «ética de las relaciones con la industria»?

-Me gustaría que quedara claro que abordo este tema sin buscar afrentas. Nadie está en contra de la industria ni de recurrir a lo que es necesario, pero sí estoy contra el abuso y el sometimiento excesivo de algo que se está demostrando que acaba yendo en contra de la prescripción de calidad.

-¿Diría que hay mucha prescripción generada por la influencia de la industria y no tanto por la necesidad?

-No es algo que diga yo. Hay muchos estudios ya realizados en revistas internacionales de gran impacto. Cada vez más artículos demuestran cómo después de un congreso médico financiado al 150% por alguna empresa, hay más peticiones a los servicios de farmacia de los hospitales para que se introduzca tal o cual fármaco, y suben esas recetas. No lo dice Benjamín, está en la bibliografía. También hay estudios y encuestas que evidencian que si esa pregunta se hace individualmente a cada médico, todos decimos con total convencimiento que a mí no me influye para la prescripción que tal empresa me haya pagado un congreso. Pero al preguntar: ¿Y cree que influye al resto de compañeros? Solemos decir que sí. Es curioso. Otra prueba de que ese sistema de «marketing» que usa la industria funciona es que siguen dedicando un 30-35% de lo que es el coste del precio total del medicamento a la promoción, que al final es la «compra» de voluntades de los que prescriben. Es una pena pero, hoy en día, no hay ninguna posibilidad de que la imprescindible formación continua de un médico se pueda hacer sin que esté financiada y controlada por las farmacéuticas. Aunque en breve veremos cambios en las formas de influencia.

-¿Qué cambios?

-En dos años es muy posible que todo cambie porque para entonces ya estará en pleno vigor la ley europea que permite la publicidad directa del medicamento al enfermo, como ya ocurre en Estados Unidos y Nueva Zelanda. Así que veremos cómo los pacientes llegan a las consultas pidiendo que se les prescriba «X» fármaco.

-Y todas esas alertas que lanza, ¿no chocan con el hecho de que seamos parte de una sociedad muy longeva? ¿Eso no es síntoma de salud?

-Ese mito es el que sostiene todo este engranaje del sistema sanitario. Pero yo, y muchos, no nos lo creemos. Los indicadores de salud de la población de Occidente, en cuanto a mortalidad, están más o menos estancados, lo que cambia es la morbilidad. Pero los determinantes de la salud no son tener más hospitales, más médicos y enfermeras, más resonancias, más escáneres... En la salud de las poblaciones lo que de verdad influyen son condiciones de vida como, por ejemplo, tener un trabajo o una vivienda digna.