Luján PALACIOS

Un vasín diario de vino con gaseosa, un chupito de «Sansón» de tarde en tarde y un buen humor a prueba de bomba son tres de los ingredientes que han llevado a Esperanza González García a sobrepasar un umbral destinado a muy pocos mortales: el de los 106 años. Esperanza reside desde hace doce años en Gijón, aunque ella es oriunda del pueblo de Celles, en el concejo de Siero. Y en la ciudad, donde reside con su hija Alegría Suárez y su yerno, Faustino Noval, es «muy feliz», subraya su familia.

La anciana nació en el seno de una familia de doce hijos, y todos ellos «fueron siempre muy alegres», comenta su hija. «Los padres rezaban el rosario todos los días, y los hijos, después, se ponían a cantar, a tocar el acordeón y a bailar», señala. A Esperanza le tocó ayudar en la casa, «siempre en un ambiente muy sano», insiste la hija.

Cuando tenía 27 años se casó con Sabino Suárez, un trabajador de Duro Felguera, con el que se trasladó a vivir a Langreo y con el que tuvo cinco hijos, aunque el primero falleció cuando tenía 18 meses. Tal y como relata Alegría, «siempre fueron muy felices, nunca los vi discutir». Esperanza se quedó viuda con 53 años y tuvo que sacar adelante a la familia sola, aunque «nunca le dimos ni un solo disgusto. Yo me hacía cargo de los más pequeños, y cuando teníamos un problema, mi madre se enteraba cuando ya lo habíamos resuelto», apunta orgullosa su hija mayor, que en la actualidad tiene 75 años.

En Langreo vivió en una casa con huerta, que siempre tuvo «tan limpia como el salón, iba todos los días». Pero hace unos años comenzaron los problemas con la vista, con una enfermedad degenerativa. En total ya lleva doce años al cuidado de su hija «siempre con una sonrisa, sin quejarse por nada, con un buen humor que para mí lo quisiera yo». Por las mañanas se levanta, desayuna y se va de paseo con su yerno, «con cuidado, porque no ve muy bien y tiene miedo a caerse». Eso no le impidió hace unos días acercarse a la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, en un acto público en El Llano para saludarla y hacerse una foto con ella.

Después de la comida y la siesta, si hace bueno vuelve a salir a la calle, y si no, toca una hora de gimnasia «para que no se inutilice». Aparte de los problemas de vista y de algún dolor «de lumbago», Esperanza está hecha una chavala. Come de todo, le encanta el dulce y nunca pone pegas a ningún plan. Todos los años cuenta con el cariño de su familia en pleno: sus cuatro hijos, seis nietos, siete bisnietos y una tataranieta de tres meses. «Nadie se pierde la comida, y como está tan bien, a pesar de que es una de las personas más mayores de Gijón, estamos seguros de que seguiremos celebrándola muchos años más», asegura Alegría, que cuenta entre risas que «mi madre llega a los 120, se lo digo yo».