Historiador, miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Historia

J. L. ARGÜELLES

Doctor en Historia Contemporánea y en Derecho, académico correspondiente de la Española de la Historia, autor de libros de referencia como «Los Balcanes: el polvorín de Europa», el profesor Emilio de Diego intervino ayer en el ciclo sobre Jovellanos que organiza el Ateneo. Habló de las relaciones intelectuales del gran ilustrado con Europa.

-¿Y cómo enlaza Jovellanos con ese pensamiento europeo?

-Sin despreciar la tradición intelectual española, que también es europea, enlaza por formación con una de las grandes cosmovisiones de la época, que es la Ilustración. Él está en la misma línea de Holbach, Montesquieu, D'Alembert, Condillac y otros. Y, también, con el pensamiento económico de Inglaterra, con Adam Smith, por ejemplo.

-¿No conecta más, a diferencia de otros ilustrados españoles, con el liberalismo inglés?

-No es un hombre sólo de pensamiento filosófico, sino que se vincula más a la realidad. Viene de Locke, pero él también tiene influencias francesas. Jovellanos es, a su manera, un científico. Es un hombre que busca la aplicación del pensamiento en busca de la mayor felicidad posible.

-Pero hace una lectura moderada de las ideas de su tiempo: nunca olvida la tradición de la que viene.

-Es un hombre en medio del choque de dos movimientos, uno que proviene del despotismo. No sé si me excomulgarán por esto, pero Jovellanos podría haber estado más cerca de la gente de Bayona, de un compromiso, que no de la Constitución de Cádiz. Pero no es un inmovilista, sino un revolucionario profundo que rechaza los movimientos espasmódicos. Tenía horror a la destrucción, no creía en la destrucción creativa. Hay un debate falso al plantear si era radical o moderado.

-Lo ha reivindicado hasta Menéndez Pelayo.

-Pero es que don Marcelino proyectaba su propia ideología. Ahora bien, Jovellanos pide la supresión de la propiedad privada que no es productiva, una posición que no parece del todo moderada; pide la igualdad ante la ley, aunque no es roussoniano. Es un hombre de su tiempo, pegado a la razón.

-Usted ha investigado también el fenómeno colonial. ¿Cómo explica lo que sucede en buena parte del mundo árabe, y más concretamente en Libia?

-Libia es una creación europea. Nos empeñamos en exportar como gran logro la democracia, y puede que sea un propósito loable, pero, muchas veces, no tenemos en cuenta la realidad previa.

-¿La intervención aliada es coherente?

-Como historiadores, nos falta perspectiva. Pero creo que se está presentando mal. Se ha dado cobertura para un mandato que no se sabe muy bien qué es. Por decirlo en leguaje coloquial, creo que es una chapuza. Se ha empezado la casa por el tejado y tarde. Gadafi era hace poco un personaje tan siniestro como ahora, aunque tolerado. La impresión es que hay demasiados cabos sueltos.

-¿Esa acción vuelve a mostrar descarnadamente lo que es la realidad política europea?

-Totalmente. Muestra la pervivencia de los intereses nacionales por encima de la UE. Es un frenazo en la andadura de la Europa política, de la Europa que es necesaria. El principal problema de nuestro siglo es el desequilibrio entre la dimensión de los problemas y las instituciones, heredadas del siglo XX y de construcción decimonónica. En el mundo de la globalización, aún seguimos haciendo políticas de campanario. Es preocupante.

-Sánchez Ron subraya que es necesaria la interdisciplinariedad para responder a grandes problemas complejos. ¿Jovellanos era, en ese sentido, un adelantado?

-Sin duda. Y comparto esa visión de Sánchez Ron. Siento pavor al ver a los políticos enzarzados y ajenos a los problemas de la gente. Jovellanos era un polifacético, pero hoy le volvería a pasar exactamente lo mismo y diría de España las mismas últimas palabras: «Pobre de mí, nación sin cabeza».