Cuando hablamos en pintura de nuevos registros expresivos nos estamos refiriendo a nuevas maneras de comunicar el pintor, de expresar sus temas y sentimientos. Es como si en poesía habláramos de nuevas metáforas o nuevas construcciones gramaticales. No llegamos a decir nuevo estilo. Sino algo nuevo en una línea determinada, unos pasos más en relación con el camino emprendido por el pintor.

En el caso de Guillermo Simón, que siempre ha tratado temas relacionados con el agua, tales expresiones nuevas conectan con su trabajo anterior. Y es también muy normal decir que las nuevas expresiones suponen nuevas técnicas. En efecto, observamos en Guillermo Simón una amplia «cocina» pictórica, esas formas de pintar que según los italianos del Renacimiento definían una manera o «maniera» y contribuían a hacer reconocible la obra de un artista, su sello sin la firma de su nombre. Tal es el caso de los grandes pintores antiguos, como Leonardo da Vinci. Se pueden reconocer sus técnicas y maneras en las pinturas de sus discípulos, como Bernardino Luini (iglesia de Saronno, Lombardía, donde se fabrica el famoso «Amaretto»; iglesia de San Mauricio en Milán) o Antonio Bazzi, llamado «il Sodoma». El aire «leonardesco» de la Mona Lisa, está perfectamente «copiado» o conseguido por estos discípulos.

De modo que la cocina o conjunto de técnicas particulares, a menudo secretas en su aplicación práctica, de Guillermo Simón, es amplia y compleja. Empezamos por apreciar que casi nunca el horizonte está definido. Dicho de otra manera, el artista adopta un punto de vista elevado y llena el bastidor con visiones desde arriba, renunciando a marcar las típicas bandas de los paisajes clásicos. Pero, con mucha sutileza, compensa tal renuncia con toques de mayor realismo en las partes bajas. O sitúa en primer término algunas plantas en silueta, que sirvan de referencia e indiquen de modo casi inadvertido al espectador cuál es la situación definida. Seguimos observando la abundancia de composiciones en zig-zag, el agua en meandros. Y los vertidos, que se obtienen pintando con óleo suelto o diluido, cuya fluencia se controla inclinando el bastidor en el sentido deseado. Al secar antes el disolvente de aguarrás que el óleo, se obtienen esos efectos de rayas onduladas, parecidos -pero más sutiles- al craquelado. Otras técnicas son las salpicaduras y la aplicación de pintura mediante aparatos de presión, a modo de aerosoles, que producen efectos de niebla o nubes.

Y la más aparente de las técnicas empleadas en estos «caminos del agua» por Guillermo Simón, se refiere a las variantes del color base de las obras. Este color va del gris al rojo, pasando por sepias y tierras. Son cuadros muy difíciles de fotografiar, pues las luces que los iluminan provocan variantes. Un cuadro como «Mar de Plata» es en apariencia blanco y negro, pero lleva toques de purpurina plata y variantes de color blanco en las supuestas nubes, que necesariamente han de confundir al objetivo de una cámara fotográfica. También los acabados finales ofrecen variaciones. A veces el cuadro queda sin barniz alguno, mostrando la trama de la tela. Otras veces el pintor aplica mayores o menores cantidades de barniz, de modo que el lienzo adquiere al tacto la suavidad superficial y al ojo el brillo satinado del hule.

Todos estos efectos que estamos comentando se aplican en mayor o menor medida. El resultado es una obra soñada, casi abstracta, siempre telúrica y sugerente. Un planeta perdido, la mirada de un aeronauta sobre mundos nunca vistos. Una manera particular de sentir el pintor esa admiración por la naturaleza que distingue a nuestro tiempo.