J. MORÁN

El jesuita gijonés Luis Ruiz Suárez, que el próximo mes de septiembre habría cumplido 98 años, y que fue fundador de más de 140 leproserías en China para unos 10.000 enfermos, ha fallecido en Macao. Su sobrina, Lali Carrascosa, recibió en la madrugada de ayer la noticia. Su tío jesuita, hermano de su madre, Maruja Ruiz, también fallecida, había muerto hacia las seis de la mañana, hora de Macao.

La labor del padre Ruiz en China, durante más de 70 años, ha sido titánica y comparable al trabajo en la India de la madre Teresa de Calcuta o de Vicente Ferrer. Su sobrenombre lo expresa adecuadamente: era conocido como el «Ángel de Macao». Sus funerales se celebrarán en la propia Macao, el próximo 3 de agosto.

Luis Ruiz Suárez nació en Gijón, el 21 de septiembre de 1913. Recibió el bautismo en la parroquia de San Lorenzo y de niño correteó y jugó por la calle de San Bernardo. Estudió con los Hermanos de La Salle, en Cimadevilla, y a los 17 años ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Salamanca.

En enero de 1932, la expulsión de los jesuitas de España, dictada por la República, le condujo al exilio junto a sus compañeros, a Bélgica, donde estudió Humanidades y Filosofía. Acabado este período, fue destinado a Cuba, en 1937, donde es profesor del Colegio de Belén, en Santiago, lo mismo que otro jesuita asturiano, José María Patac de las Traviesas, el padre Patac. Ambos fueron profesores de un alumno reservado, listo y especial: Fidel Castro. El siguiente destino de Luis Ruiz, en 1940, fue China, como muchos jesuitas misioneros de su tiempo. Allí estudia el chino mandarín y Teología, y recibe la ordenación sacerdotal en 1945. Durante esa etapa de estudiante, los sucesos de la Segunda Guerra Mundial le habían obligado a huir de Pekín y a refugiarse en Shanghai. Tras su ordenación fue profesor de inglés en la misión de An-king, provincia de Anhui, pero el triunfo de Mao Tse-tung sobre Chiang Kai-shek -durante la guerra civil china, de 1945 a 1950-, supuso la prohibición de toda actividad religiosa.

El propio Luis Ruiz fue detenido y durante su arresto contrajo fiebres tifoideas. Después fue expulsado a Hong-Kong y, posteriormente, a Macao, entonces colonia portuguesa. «A Macao me fui en 1951 para recobrar la salud y desde entonces aquí estoy, recobrándola», comentaba con ironía el jesuita en una entrevista publicada por LA NUEVA ESPAÑA en 2003.

En Macao ayuda a los refugiados que huían de la China comunista, pero también a vietnamitas y a ciudadanos de todo el suroeste asiático, mediante la contribución económica que recibía de Estados Unidos y otros países. En total, prestó atención a unos 30.000 refugiados de la «operación fuga».

Fue entonces cuando empezó a recibir el título popular y agradecido de «Ángel de Macao», pero cuando ya se estaba jubilando de toda aquella labor de décadas, hacia 1986, con 73 años a las espaldas y ya canoso, Luis Ruiz inició una nueva vida de atención a los todavía más olvidados.

Un sacerdote chino, el padre Lino Wong -recluso del régimen durante 20 años en el norte de China- le invita a visitar a unos 200 leprosos abandonados en una isla. «Al desembarcar me quedé espantado; quise darles un cigarrillo y no tenían manos para cogerlo». Aquellos enfermos apenas recibían atención de las autoridades chinas. Ruiz puso en marcha entonces unas cuarenta leproserías al sur de China, contando para ello con la ayuda de numerosas religiosas. Posteriormente, se trasladó al norte del país y descubrió una situación aún peor, que le impulsó a crear nuevos centros de atención a estos enfermos.

Y todavía más. En 2004, el padre Ruiz abre su primer centro de atención a enfermos de sida, en Hong- Jian, provincia de Human, solicitado por las autoridades chinas.

Todo ello desde su base de trabajo en la Casa Ricci de Servicios Sociales de Macao, donde hasta hace poco utilizaba una vieja Vespa roja para desplazarse. Pero el «Ángel de Macao» ha emprendido ya otra ruta. Descanse en paz.