E. CASADO

Cerrar la puerta de casa con llave y hacer una ruta por los diferentes hoteles rurales del Gijón más verde y oculto. Un viaje que apetece llevar a cabo cuando se habla con los dueños de estos preciosos edificios -normalmente rodeados de amplios jardines- o cuando se visita su página en internet. Sus propietarios lo tienen claro: venden tranquilidad. «Nuestros clientes buscan hoteles personalizados», asegura Adolfo Cordero, gerente de la Casona de Cefontes, una antigua casa mariñana cercana al Jardín Botánico y a la Universidad Laboral.

En eso consiste un turismo rural que busca abrirse hueco en la oferta de Gijón al visitante. Los clientes han descubierto la comodidad de alojarse cerca de la ciudad pero alejados del ruido. Otro ejemplo que rezuma calma es El Mirador de Deva, formado por nueve habitaciones -una de ellas adaptada para minusválidos que apenas se utiliza como tal- y con capacidad para 20 personas. La responsable y «culpable», según sus palabras, de esta casa familiar reconvertida sabe que las personas que la eligen «vienen a sentarse en una silla y a mirar por la ventana, aunque también los hay que deciden madrugar y hacer rutas hasta la ciudad, porque en una hora llegan a Gijón», afirma. Lo montó en el año 2005 y reconoce que «es un trabajo muy agradecido y muy enriquecedor: de repente te ves hablando con clientes de diferentes regiones y al escucharlos parece que eres tú la que está viajando».

José Luis Alonso, propietario del hotel Alcif, conoce la necesidad de hablar que tienen las personas que se hospedan en él: «Todos los días entablas conversación con varias personas y, al final, acabas haciéndote su amigo, a base de pasar horas charlando con ellos», asegura. El hotel Alcif, situado en el Camino de los Quiñones, abrió hace un año y medio con idea de «dar una función social a la casa de la familia».

A pesar de su poco rodaje, no es éste el alojamiento rural más novato. El hotel La Colina, regentado por Arantxa Fernández, abrió el pasado junio entre una gran expectación, porque se enclava en la Colina del Cuervo, lugar de ocio habitual entre los gijoneses. «El sitio llevaba años cerrado, pero el entorno es muy frecuentado y gracias a eso el negocio funciona muy bien desde los primeros días», confiesa su gerente. El hotel, que «marcha mejor de lo esperado», según Fernández, posee unas vistas impresionantes desde cualquiera de sus habitaciones. Desde ellas pueden divisarse el mar y los acantilados que rodean la zona, paisaje que hace las delicias de los turistas -«los primeros días, los clientes sacaban fotos como locos», afirma divertida Fernández- y que constituye todo un orgullo para su propietaria.

De la última a la primera inauguración. La Ermita de Deva fue pionera en la apertura de un hotel rural en los aledaños de Gijón. Mara Medio se empeñó hace quince años en abrir un negocio propio en una antigua casa con capilla que sus antepasados habían comprado décadas atrás. «Me costó mucho ponerlo en marcha, aún no existían ayudas por este tipo de negocios y todo eran trabas. Por eso ahora intento ayudar en lo que puedo a otros establecimientos, a veces ellos me corresponden y otras no, pero yo me quedo más tranquila», afirma.

Otra manera de entender el turismo rural es el que ofrece Casa Nómadas, denominada por su propietario como «vivienda vacacional». La casa se alquila completa, cuenta con tres habitaciones dobles con baño y está perfectamente equipada. Se encuentra en Castiello de Bernueces, a cinco kilómetros de la ciudad. Su gerente, Enrique Martínez, opina que el turismo rural en Gijón «no es un negocio tan arriesgado como pudiera parecer a primera vista». De hecho, considera que «el acierto está, precisamente, en que aún hay pocas viviendas de este tipo en la zona, y la mayoría de personas prefieren alojarse en los alrededores de la ciudad que en los pueblos, peor comunicados por lo general».

Pero hay opciones para todos los gustos cuando se rebusca entre los rincones de las 25 parroquias de Gijón para buscar un soplo de descanso. El hotel Quinta Duro es todo un referente. «El edificio se conserva como era, hay habitaciones decoradas con el mobiliario original del siglo XIX, pero sin renunciar a las comodidades modernas», explica Carlos Velázquez-Duro, su dueño. El empresario está concienciado con el medio ambiente y todo el conjunto funciona con energía renovable que «no da ningún problema», asegura. Para terminar: la Quinta del Ynfanzón. La finca en la que se enclava cuenta con restaurante -en el que se celebran bodas y eventos-, cafetería, zona de juegos y una casa de aldea, un hotel rural con cinco habitaciones dobles. Su gerente, Marisa Vereterra, dice que «los clientes que se hospedan con nosotros repiten». Gijón también es turismo rural.