En los últimos tiempos, se pone uno frente al telediario mirando a la tele de perfil, con el ceño fruncido, de forma que no te pille de sorpresa la bofetada económica, el susto diario o la intriga monetaria del día.

La prima de riesgo, las suspensiones de pagos, los desahucios, la banca? Es como acomodarse para a ver el parte de daños en la cuerda del equilibrista, y sin red. Luego, cuando pasan los primeros cinco minutos, que son los malos, y se ponen a informarnos de otras calamidades y desgracias más globales, más lejanas, o de la crónica de sucesos, nos relajamos y esperamos plácidamente a que nos seden con los deportes, los Mourinho, Cesc, Neymar y demás opiáceos.

Estos días nos tiene a todos muy atribulados el bueno de Obama pidiendo permiso para empufarse aún más, mientras los sosos republicanos y los carcas del Tea Party le dicen que no lo ven claro. Entonces me acuerdo de aquél que sedujo a medio planeta con su «Yes, we can»; un tipo guapo, joven, negro, con una oratoria molona en el fondo y en la forma, que vendía bien y que convenció a lo más «cool» del mundo mundial, Mr. Pitt y Sra. Bono (el irlandés, no el local), Clooney, etcétera. La «cream de la cream», en una palabra.

La Política Pop. Esos días, aunque recientes, parecen ya muy lejanos. Qué tiempos, los de políticos desenfadados, lo guay, las miembras rompiendo con la pana, luciendo en portada del «Vogue» y tirando de Falcon a diario. Aquí y allí, en nuestra España y en el resto de andurriales mundanos. Allí, «Yes, we can»; aquí, talante a espuertas, buen rollito, alianza de civilizaciones y encuentros interplanetarios a todo trapo.

Qué cerca, y qué lejos, están ya esos tiempos. Hemos pasado de darle alegría a nuestro cuerpo, Macarena, a los carcas, los contables y demás casposos con la murga de la deuda y la pasta del personal. Con lo feo que es hablar de dinero. Qué lata. ¿Se acuerda alguien del Sr. Pizarro atosigándonos con la crisis en «prime time», diciendo «cuidadín, que viene el lobo»? Qué pelmazo, qué aguafiestas, vaya cenizo. ¿Quién va a votar a un tipo así de histérico, que no hace más que atosigar a la peña? El que no haya oído algo así, no vive en este país.

Los pies bien fríos y carita de pocas bromas, ahora vemos cómo ha cambiado la cosa en un lustrito de nada. No diga Pop, diga Pof. Del Falcon «by the face» al Skoda rojo de once años, y medio eurito de parquímetro. La nueva versión, el Candidato Alfredo.

De Pop, a ¡Pof! que te crio. Game Over, quillo.