La noche del viernes se pudieron escuchar desde la plaza Mayor gijonesa diferentes propuestas que tenían a la Bretaña francesa como común denominador. Inicialmente, la «Banda Latira» fusionó el concepto de conjunto tradicional con rasgos de modernidad urbana, a través de una interesante plantilla instrumental y la versatilidad estilística, que siempre enfatizaba el componente devocional y festivo del repertorio. En su discurso, hay también un cuidado escénico que incluyó una estudiada disposición espacial, al igual que una indumentaria diseñada especialmente para simbolizar ese encuentro entre la antigüedad y la modernidad, a la vez que acercaba la cultura asturiana y la bretona; después, el cuarteto acústico del violinista Jacky Molard (hermano del gaitero Patrick Molard y miembro de la legendaria agrupación «Gwerz») supuso un ejemplo perfecto de la fusión y la experimentación partiendo de las fuentes tradicionales, acercándose a una actitud más propia del ámbito académico pero sabiendo explotar su lado más celebrativo.

A las 20 horas, y con casi 30 minutos de retraso por causas ajenas a los músicos, fue el turno de la «Banda Latira», una original propuesta que busca la convivencia entre el patrimonio musical asturiano y el bretón. El germen del proyecto nace del «Trío Latira», radicado en Francia, aunque con vocación internacional, y conformado por la acordeonista y vocalista Morgane Labbe, el percusionista François Tiger y el saxofonista barítono Nicolas Radin; Labbe y Tiger actuaron durante un tiempo a dúo, mientras que Radin estuvo vinculado con la prestigiosa «Bagad Lann Bihoué», alternando con la cornamusa. Al trío inicial se unieron dos músicos asturianos: el tamborilero Diego Casado («Xácara») y el gaitero Llorián García («Dixebra»). Esta formación fue la que se pudo ver en el concierto del pasado viernes (repitiendo el sábado a las 19 horas, en el mercado tradicional asturiano de Campo Valdés y Cimadevilla. El repertorio de la banda incluyó numerosas referencias asturianas como «El saltón» (para gaita y tambor) o «Al lado del molino llorando la encontré» (danza de San Juan de Beleño, Ponga), así como diversas jotas, e incluso una marcha procesional para gaita popularizada en la zona de Cangas del Narcea. Este repertorio se mezcló con mucha naturalidad con otros cantos populares como «Bella ciao», que rápidamente encontró la complicidad del público por su carácter como canto a la resistencia. Un breve recital que resultó fluido en todo momento y que mostró una fuerte maleabilidad entre las dos tradiciones musicales y sus instrumentistas (a destacar la interacción entre el bombo de Tiger y el tambor y la caja de Casado).

Seguidamente, «Jacky Molard Acoustic Quartet» ofreció un vibrante concierto haciendo gala de una mentalidad muy abierta en lo que al tratamiento del sonido se refiere (sin ninguna duda fue la intervención más experimental de todo el festival). Con dos discos en el mercado («Acoustic Quartet», de 2007, y «N'diale», de 2010, junto a la formación africana «Foune Diarra Trio»), este cuarteto formado por el prestigioso violinista Jacky Molard, el saxofonista Yannick Jory, la contrabajista Hélène Labarrière y el acordeonista Janick Martin mostraron una palpable querencia por la improvisación, la disonancia, las armonías orientales y la deconstrucción de los ritmos tradicionales, estando en ocasiones más próximos al lenguaje académico contemporáneo de compositores como Olivier Messiaen, al jazz con raíz tradicional de las formaciones de Baldo Martínez o a formaciones de «rock in opposition» como «Univers Zero», «Miriodor» o «Alamaailman Vasarat». Piezas como «Tigididum», «Pifarello» o la «Marche des gens qui s'en vont» fueron fieles exponentes de esta mentalidad, aunando la destreza y expresividad de los músicos con la solidez compositiva y el espíritu aventurero.