«¿Dónde vas tú? ¡Si estudiar Educación Física ye pa internacionales!». El ya desaparecido Luis Bericua, en su etapa como docente del Instituto de La Calzada, se tomaba con humor la vocación de uno de sus alumnos. Ése era Gerardo Ruiz Alonso (Gijón, 29-11-56), a quien ya le apodaban «Mus», por sus prominentes músculos fruto de su amor a la práctica deportiva. Corrían los años setenta, una época en la que para los jóvenes de origen humilde era toda una utopía cursar este tipo de estudios en la capital de España. Pero este gijonés del barrio del Cerillero no sólo consiguió cumplir aquel primer sueño, sino ampliarlo hasta el presente. Hasta el punto de convertirse en el preparador físico del Sporting y contribuir al que considera su mayor éxito personal: el regreso a Primera de su equipo.

Hijo de ferroviario y ama de casa, el único descendiente del matrimonio formado por Enrique y Conchita, pronto dejó a un lado los trenecitos que le traían todos los años los Reyes Magos. Lo suyo era el deporte, y en su residencia de la calle Camín del Rubín el guaje empezó a dejarlo claro. Fue jugador hasta juveniles del equipo del barrio, El Portuario, e inició cursos a distancia de musculación. A todo esto le sumó ser uno de los alumnos del Club Atlético de Gijón mientras coleccionaba los cromos del equipo de sus amores, el Sporting.

Una vez completados sus estudios en el Instituto de la Calzada, hoy Instituto Padre Feijoo, en 1975 reunió ahorros y esfuerzo para empezar en Madrid la licenciatura de Ciencias de la Actividad Física en el INEF. Allí, además de llevar adelante las asignaturas, comenzó a hacer gala de su poderío físico. Se proclamó campeón de judo universitario, ganándose un nuevo sobrenombre: «El gorila asturiano». Entre libros y combates tuvo tiempo para conocer a su mujer, Teresa Ramos. Junto a ella formó una familia que tiene dos hijos, Jorge y Marta, y actualmente reside en el barrio de La Guía.

Su licenciatura en 1979 y el regreso a casa para trabajar tampoco le apartó de la práctica deportiva. Fue campeón de Asturias de lucha grecorromana y de culturismo, en una época en la que ya formaba parte del Servicio de Educación Física de la Universidad de Oviedo y era profesor del Politécnico de Valliniello. Le siguió un año como docente en Candás, dos en el Instituto N.º 1 de Gijón y dieciocho en el Mata-Jove, la etapa más bonita por regresar a la zona que le vio nacer.

Bromista por naturaleza, su buen humor es una de las armas con las que consigue que sus pupilos logren resistir y conjugar sus duros programas físicos. Quizá esta fórmula fue la razón por la que el Sporting le incorporó a la preparación de su canterara en 1995.

Diez años más tarde, el bueno de Gerardo ya ejercía en el primer equipo, junto a Ciriaco Cano. La llegada al banquillo de Manuel Preciado una temporada más tarde fue el inicio de uno de sus proyectos más ambiciosos. Hoy este asturiano de pro, que en toda reunión pone sidra y fabes sobre la mesa, se ha ganado el cariño del vestuario. Cronómetro en mano y anunciando cada ejercicio de estiramientos en ese bable tan suyo, exige y cuida con mimo a sus pupilos. El premio «Delfos» a los valores humanos en el deporte da buena fe del estilo de este doctor en Educación Física por la Universidad de Granada y escritor de quince publicaciones deportivas, muchas de ellas sobre bolos, su pasión. ¿Quién se lo iba a decir a su añorado Bericua? En Gijón, Gerardo ye internacional.