¡Luz, más luz!. Antes de que el Ayuntamiento, -García Jove, García Sala y García Jovellanos-, clero y comercio, acordaran fiestas con Te Deum, misa y grandes iluminaciones callejeras, para corresponder a las luces «prácticas», con que don Gaspar, desde su Instituto, iba a iluminar la mente de la juventud gijonesa; Gijón, «Gyphon», en sirio, valle de gracia, que un siglo después era conocido como el Cardiff español, ya contaba con sus luces: de día, el sol; y de noche, en el primer establecimiento de Torres, la hoguera; y después, establecido en la falda del Cerro, para los señores, velas y hachones de cera, y para las clases populares, apestosos candiles de «saín» y económicos hachones, contra viento y marea, de esparto y alquitrán...
Luces, se ve, no faltaron en la villa, aunque que Gigia no llegara nunca a ser la «Villa Luz», a pesar de la pujanza y calidad que en su día tuvieron las luces de Jovellanos y su Instituto, y las de El Quinqué, el Ateneo Casino Obrero, Instrucción y Recreo, D. Benito Conde y su academia, y las de la Asociación de Cultura e Higiene; sin que durante el último siglo nos faltaran las melodiosas luces de la sociedad Filarmónica...
En el Gijón de 1843, el consistorio que regía con firme mano don Juan Junquera Huergo, con Velasco, García Gilledo, Ruiz Gómez y Sánchez Cifuentes, acordó la instalación de los primeros 79 faroles fijos, que se encendían en el centro de la villa, pero tan solo cuando la noche era oscura y hasta que las calles «quedaban definitivamente desiertas», lo que solía ocurrir, sobre las ocho en invierno y las diez en verano..., hasta que con la inauguración del Teatro y el Casino prolongaran gijoneses y gijonesas los tiempos de permanencia fuera «de casa»..., hábito que se incrementó con la apertura de hoteles, pensiones, casas de huéspedes, cafés y tabernas...
El 30 de setiembre de 1868, por lo de la Gloriosa Revolución, los señores del Comité rondaron como serenos, en parejas, las calles de los seis distritos, iluminando sus pasos cada pareja con candil de aceite y llevando bien aprendido, para demandar auxilio, el santo de la noche, «¡Cádiz y Madrid!».
Don Restituto Buylla y don Tomás Zarracina, «bailaron» las parejas primeramente acordadas, y rondaron juntos el Cuarto Distrito de la villa, y en aquella ronda cambiaron ideas para la mejora de sus respectivas fabricaciones de «sidra», que a don Restituto le reportaría, diez años después, una medalla en la III Exposición Universal de París; exposición en la que «deslumbró» la iluminación por bombillas eléctricas, invención del señor Edison, que a lo largo de la avenida y plaza de la Opera, pudieron admirar nuestros convecinos Enrique Stoldz, Alfredo Truan, Octavio Bellmunt, y Esteban Nava y Caveda, a la sazón, teniente alcalde...
Mientras, nuestra dársena, de la que partía el vapor «Cifuentes» con los arriesgados excursionistas a la exposición, rumbo a Burdeos, quedaba alumbrada por un humilde farol colocado en la bocana del puerto y tal cual farolillo de los pocos barcos anclados en el puerto interior...
En 1894 un viajero notable que visitaba Gijón, Alfonso Pérez Nieva, se extasiaba con la luz de la villa. «La hora artística del muelle es la primera de la noche, contemplado desde el pretil del rompeolas en el instante en que se encienden las luces. De pronto brotan en la oscuridad los intensos resplandores blancos de los focos eléctricos y los puntos rojos y verdes de los faroles de señal...».
La subguerra gijonesa de la luz, que duró tres años, de 1890 a 1893, se entabló dentro de la guerra universal, declarada entre «muselistas» y «apagadoristas», y si no electrocutó, ni hizo sangre en la villa, si perjudicó honras y, por supuesto, subdividió familias que ya estaban divididas por la guerra portuaria.
En sesión extraordinaria de la Corporación, celebrada el 28 de junio de 1893, un grave reproche cayó sobre la honorabilidad de muchos consistoriales, alcalde incluido, que siendo, unos, socios fundadores, y además individuos del consejo de administración, y director facultativo otro, de la recientemente formada «Sociedad Electricista de Gijón», la habían favorecido desde el Cabildo en concursos, y, en otros casos, le habían adjudicando directamente, sin concurso alguno, en perjuicio directo de la antigua «Sociedad fábrica de gas y electricista», de Eduardo Menéndez Valdés y Compañía, el alumbrado del paseo de Begoña, casa de la villa, cuadras y escuela, etc...
En el escándalo de esta «operación», estaban los primeros apellidos de la villa, Cienfuegos, Alvargonzalez, Costales; Joves y Hevias; Garcías y Pumarinos; don Baldomero Rato y Hevia; el sastre Ocano, el maderista Demetrio González Castrillón, el chocolatero Pantiga, y otros varios capitulares de menos relieve...
Al cabo, en 1901, bajo la tutela del Crédito Industrial Gijonés, ambas compañías se fundieron en la Compañía Popular de Gas y Electricidad... Tanta luz dio la «Popular» a la villa, que el Consistorio llegó a deber a la suministradora, nada más ni nada menos que 250.000pts.... ¡De las de 1907!.
En lugar de olvidar el pago de lo debido, como hace hoy nuestro don «F.A.C.», Jesús Menéndez Acebal, alcalde de temple bien probado, acordó pagar; y para ello, transfirió a la compañía 38.000pts. que el Ayuntamiento tenía reservadas para una escuela en el barrio del Carmen, y procedió a la venta de suficientes bienes municipales...; y además, dispuso ahorro, encendiendo menos faroles y apagándolos primero... volveremos a verlo?
Hoy, las luces del Instituto siguen alumbrando; la de las calles, por ahora, nos la da y la cobra, la sonrisa portuguesa; las de la cultura, nos las pretenden dar y cobrar, en próximo futuro, desde un «Foro de la Cultura», concebido ad hoc, y que será hijo legítimo, fruto directo, y «refugium peccatorum», del «Foro» gobernante... ¡Qué manías tienen los hijos de Don Paco con bautizarlo todo con sus propias iniciales!... Como si fueran señoritos de antaño que tanto gustaban de ordenar bordar iniciales en las sedas de sus camisas...
Apagados ya, por falta de presuesto, los focos de la Memoria Histórica; amenazados de media luz otros importantes proyectos,... una negra noche, -negra noche amenazante-, se cierne sobre la villa. Entre tanta oscuridad, dicen, brillará, ¡Señor, ten piedad de nosotros!, el «mecheru» de un imposible museo de Piñole, que doña Enriqueta dispuso para Somió...
De la negra noche? a volver la tenada, solo hay un paso.