Dos años antes de hacerse un hombre centenario, el jesuita Gumersindo Treceño Llorente acaba de ser liberado de su labor como consiliario de la asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de la Inmaculada. La Compañía de Jesús le ha concedido el descanso, pero no el eterno, a un jesuita casi eterno, pues sucede que cuando se va camino de los 99 años todas las cifras vitales son crecidas. Treceño es jesuita desde hace 82 años, sacerdote desde hace 69, inquilino de la Inmaculada desde hace 67, y consiliario de los antiguos alumnos desde hace casi medio siglo.

Cuando en 2002 cumplió sus sesenta años de sacerdocio y suman 89 de vida, este periódico recogió la suposición de algunos de que había pactado su perpetuación con Dios, o según otros, con el diablo. Dependía de las creencias. Ahora, a punto de alcanzar los 99, cabe de nuevo la pregunta de si el celibato conserva mejor que otros estados de vida. Y aunque el tiempo no perdona indefinidamente, Treceño, a pesar de la edad, ha sido un ejemplo de jovialidad y de modernidad mental, según reconocen todos cuantos le han tratado.

Nacido el 2 de enero de 1913, en Mansilla Mayor, León, entre los ríos Esla y Porma, llegó a Gijón en 1994 como profesor de francés, la materia que siempre impartió. Sólo durante un paréntesis de cinco años, entre 1955 y 1960, Treceño estuvo fuera de Gijón, destinado en el colegio de la Compañía de Jesús en Vigo.

Treceño había ingresado en 1929 en la Compañía de Jesús, en el noviciado de Salamanca. Se hizo jesuita por influjo de su primo Segundo Llorente, siete años mayor que él y también jesuita. Segundo Llorente, misionero en Alaska durante cuarenta años, e incluso elegido en 1960 diputado del primer Congreso de Alaska, sería conocido con los años como «el jesuita del Polo Norte» y se convertiría en una figura casi mítica.

Al ser disuelta por la República la Compañía de Jesús en España, en enero de 1932, unos 300 jesuitas jóvenes y residentes en Salamanca se subieron a un tren y salieron en dirección a Bélgica. Junto a Treceño viajaban aquel día jesuitas asturianos como el padre José María Patac, José Monasterio y los hermanos Scola. El convoy llega a Arlón, capital de la provincia belga de Luxemburgo, y después aquellos exiliados parten hacia Meerbeke, al sur de Bruselas, donde «salió la parroquia entera a recibirnos con una cruz en alto, como si recibieran a mártires», rememoraba hace años el propio Treceño. Y proseguía: «A continuación entramos en la iglesia y el párroco nos dijo: "Por favor, recen ahora el padrenuestro en castellano, que es la lengua de Santa Teresa"». Marquain y Marneffe fueron las siguientes etapas y durante esos años Treceño estudia Humanidades y Filosofía. Regresó con sus compañeros jesuitas a España el 10 de octubre de 1936. Pasa por Pamplona y Valladolid, y una vez en Carrión de los Condes (Palencia) los superiores lo destinan a Cuba, pero al no encontrar transatlántico de confianza para el viaje es destinado al colegio de Vigo, instalado entonces en el balneario de Mondariz (Pontevedra). Después de tres años de docencia, el jesuita estudia Teología en Oña (Burgos), entre 1939 y 1943 y recibe la ordenación sacerdotal en 1942. Llega dos años después a Gijón, donde el edificio del colegio -el cuartel del Simancas- permanece aún en ruinas. Se hace cargo de los internos de sexto y séptimo cursos, que viven en un piso de la calle de Enrique Cangas, sede provisional del colegio junto a otro inmueble de la calle de Cabrales. No obstante, las clases y los recreos tienen lugar en algunas zonas del edificio en ruinas. En los años siguientes, además de francés, imparte religión y es responsable de los cursos superiores. Adusto y serio en las clases, sus alumnos descubrirán con los años a un jesuita muy afable que mantiene su juventud física e intelectual. Como profesor recibe el apodo de «Manix», por sus grandes manos. También podría ser conocido como «el jesuita tranquilo», que ha visto pasar las décadas sin alterarse, camino de la eternidad.