A. RUBIERA

En el solar de Peritos ya no queda ningún vestigio que atestigüe que hubo un tiempo en que allí se pretendía forjar «el porvenir de España». Las malas hierbas y algo de basura ocupan ahora el amplio espacio, de casi una hectárea, que en los años treinta del siglo XX el Ayuntamiento de Gijón cedió para la consecución de un logro celebrado en su día como importantísimo: la construcción de la Escuela Elemental y Superior de Trabajo. Un centro educativo ubicado en la prolongación de la avenida de Azaña, entre las carreteras Carbonera y de Oviedo.

Esa escuela, promovida por el Ministerio de Instrucción Pública y el Ayuntamiento gijonés, fue en su día el mayor centro formativo levantado en la región. Se pensó como una enseña de lo que las autoridades de la II República española querían hacer por la «elevación profesional del trabajador» -como así se dijo el día de la colocación de la primera piedra de esa nueva escuela-, aunque finalmente el proyecto se vio interrumpido por la Guerra Civil, y fue bajo el régimen franquista, en 1949, cuando el centro arrancó su actividad.

Demolida en 2008 la escuela (ya para entonces, Escuela de Peritos), obra del arquitecto Manuel García Rodríguez y considerada una pieza sustancial de la arquitectura contemporánea asturiana dentro del movimiento racionalista, los únicos restos tangibles que ahora quedan de aquel proyecto educativo están en poder de la Universidad de Oviedo, aunque sea en forma de depósito. Y no son otra cosa que una arqueta metálica, un tarro de cristal y diversos documentos en papel -el acta de inauguración del centro, tres periódicos del día: «El Comercio», «El Noroeste» y «La Prensa», y un ejemplar de la Constitución de la República Española-, además de monedas de curso legal por entonces, de 5 pesetas, 2 pesetas, 1 peseta, y otras piezas de céntimos.

Todo lo anterior fueron los elementos que se enterraron con absoluta solemnidad y celebración el día de la colocación de la primera piedra del centro, el 16 de junio de 1935, en un acto presidido por el alcalde, Gil Fernández Barcia, y otras autoridades, como el director general de Enseñanza Profesional y Técnica, Mariano Merediz, que acudió en representación del Ministro. Ese conjunto documental se acaba de encargar de recuperarlo, sobre todo el papel, una profesional ovetense de la restauración.

Fue Héctor Blanco, experto en urbanismo gijonés e historiador, quien en el momento en que la piqueta estaba a punto de barrer con todo en el solar de Peritos, dio la voz de alarma de que se podía recuperar la «primera piedra» del edificio. «Por la documentación de la época y la descripción que se había hecho del acto en los periódicos locales, sabíamos dónde estaba enterrada esa piedra. Había sido un hito importante en la historia de Gijón, no sólo porque se pensaba levantar un edificio de excepcional calidad y tamaño, sino por las connotaciones que tenía para la educación de los trabajadores», recuerda Blanco. Convencidas las autoridades gijonesas de hacer ese esfuerzo de rescate, se removieron los cimientos de la Escuela de Peritos y donde estaba previsto se encontró una arqueta metálica grabada con el nombre de la Escuela Elemental de Trabajo, en cuyo interior se contenía un tarro de cristal y, dentro, la documentación, pero en el tarro había entrado agua y la documentación se veía húmeda.

Es entonces, con el Principado como propietario de esta herencia, cuando se procede a su cesión y depósito en el Archivo Municipal de Gijón. Pasado un tiempo sin que hubiera dinero para la recuperación de los documentos, y tras la solicitud de la Escuela de Ingenieros de poder llevar a su museo la arqueta, el tarro y los documentos, todo el conjunto emprendió viaje al campus gijonés, donde quedó depositado en un almacén, visto su precario estado. No fue hasta el pasado año, muchos meses después de su extracción, cuando finalmente se pudo llevar a cabo un encargo de restauración, con fondos a cargo de la Consejería de Cultura.

Para entonces los conocedores de la existencia de este pequeño tesoro de la historia local ya estaban haciéndose cruces por el desinterés en que estaba envuelto. Tanto como el que hubo para, sin demasiados miramientos, «demoler un edificio que mereció una conservación, no sólo por su valor arquitectónico, también por su buen estado y por el aprovechamiento que podía hacerse de él», sostiene Héctor Blanco.

La restauradora ovetense Raquel Alonso Ludeña se hizo cargo de reparar el daño causado en los documentos por la humedad y una extracción no profesional de la urna. «A mí los documentos me llegaron ya extraídos. No es lo ideal para un trabajo como éste, ya que me hubiera gustado sacar a mí los papeles para manejarlos mejor, pero con eso me tenía que conformar», explica. Ahora, acabada su tarea, Alonso sostiene que «ha sido un trabajo precioso y muy interesante. Es un conjunto documental, y el acta, en concreto, es un ejemplar único y un testimonio importante de la época y de lo que significó ese centro educativo para Gijón». Y si se tiene en cuenta que no queda nada más, tiene doble valor.