Antes no lo hacía. Al menos no con tanto ahínco, que yo recuerde. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el candidato a la secretaría general del PSOE tartamudea. Sí, desde que Rubalcaba pelea por el bastón de mando socialista repite la primera sílaba de las palabras con tal vehemencia que su discurso termina por convertirse en un bucle de espacio-tiempo desesperante para la audiencia que lo atiende.

Se le atascan las sílabas y se le adhieren las «aaaaahhhhs» introductorias y, entre frase y frase, los «eeeehhhhhs» para coger aliento. Y aunque, así en principio podría parecerlo, no creo que su tartamudeo sea cuestión de titubeo. Ni eso, ni que se le haya instalado la duda en la lengua. Entonces, ¿por qué ese trastabilleo? ¿De dónde viene ese «lo digo o no lo digo», esa especie de quejío flamenco, esa suerte de rapeo? ¿Por qué? ¿Por qué tartamudea el aspirante socialista?

Pues muchos dirán que está nervioso, que tiene miedo o que, simplemente, Rubalcaba esta envejeciendo. Lo evidencia, o así lo parece, el castañeo de sus dientes, su constante temblor de manos y el, cada vez más pronunciado, hundimiento de cabeza con el consiguiente afloramiento de chepa. Una teoría, la de la vejez, que podría ser buena, pero que a mí, personalmente, me sigue dejando insatisfecha. Y es que más que a un hombre mayor, el contrincante de Chacón me recuerda a un actor; a un actor español, claro, porque si alguien sabe de tartamudeos esos son los intérpretes patrios.

Basta, para comprobarlo, con hacer repaso a las películas y series españolas. Esas en las que nombres como Resines han llevado hasta el extremo el balbuceo y la torpeza para encarnar al español medio. Así lo hacía el reparto entero de «Los Serrano» y así lo hace ahora la comparsa o Sancho Panza particular de «Águila roja». Y es más que un deje; es una forma -casi firma- de actuar española. Una técnica para buscar la cercanía, o más bien, la emulación de la ciudadanía, que ríase Stanislavski. Es decir, un método para interpretar al hombre y a la mujer de la calle.

Y no es nuevo. Ese tono tan reconocible en las producciones nacionales no es fruto de los tiempos modernos o consecuencia de los sinsabores de la crisis. Ese soniquete lo han ido perfeccionando con el tiempo varias generaciones de actores españoles. Desde Tony Leblanc, Mariano Ozores o José Luis López Vázquez hasta Ernesto Alterio o Juan Diego en la actualidad. Toda una historia del balbuceo como expresión de naturalidad, como retrato realista del español medio, al que -aún no termino de saber por qué- se le atribuyen rasgos característicos como la duda, el nerviosismo o el poco atino, de igual manera que los extranjeros nos presuponen la paella en el plato o la peineta en la cabeza.

Y de eso, de esos estereotipos que definen a los habitantes de este país, hay mucho en la oratoria de Rubalcaba, quien en un intento desesperado por inspirar confianza trata de confundirse con el español estándar; ser un ciudadano más con el que el votante, ahora el militante, pueda identificarse sin sentir esa distancia que marca la diferencia salarial entre la clase política y el común de los mortales.

Y en fin, alguien tendría que decirle al candidato socialista que para pasar por el españolito tipo no es necesario que carraspee, dude o que tartamudee. Para pasar por el hombre de la calle basta con estar en paro y ser consciente de estar pagando el pato que otros, los especuladores y los bancos, se comieron previamente.