Luján PALACIOS

Cumplen una labor social fundamental, y estos días se hacen cruces porque se han quedado a un paso de poder contar en el centro de El Natahoyo con un espacio nuevo y, sobre todo, más amplio. Los responsables del albergue Covadonga, que da cobijo y alimento a las personas sin hogar, deberán tirar aún muchos meses con las instalaciones actuales. El Ayuntamiento les ha prometido acometer algunas obras que, para la directora del albergue, la hermana Angelita Diez, son «urgentísimas», como la mejora de la calefacción, alicatados y la creación de una nueva salida de emergencia.

Las pruebas hablan por sí mismas. «Con este calentador nos tenemos que apañar para todo el edificio», apunta la religiosa mientras señala un viejo aparato de tamaño doméstico, como para una sopla vivienda. «Y aquí hay más de 50 personas que se tienen que duchar; cuando lo hacen tres o cuatro, para el resto ya no hay agua caliente», asegura.

El calentador es sólo uno de los males que aquejan a un edificio que, aunque no es demasiado viejo, nació ya con carencias. Al poco de su apertura «los azulejos de la cocina se vinieron abajo, me dieron un susto tremendo», asegura Lidia Junco, la cocinera del establecimiento, que lleva cerca de 20 años al servicio del albergue.

Ella, que lidia todos los días entre fogones y cacerolas, sabe mejor que nadie que «hace falta una freidora nueva, porque una de las dos que tenemos se ha estropeado, y el horno ya no está para mucho, y el espacio ya se queda pequeño». Todo reluce y presenta un aspecto pulcro, porque el trabajo de las hermanas, de los cerca de 80 voluntarios que aparecen en las fotografías del comedor y de los nueve trabajadores del centro así lo hacen posible, pero ello no quita que «necesitemos más espacio y mejores condiciones, porque la demanda no deja de crecer», apostilla Dolores López, secretaria del patronato. Y más ahora, con la puesta en marcha de la red de atención a personas sin hogar, que ha convertido el albergue en la puerta de entrada de todos los que necesitan este auxilio. «Tenemos un 80 por ciento más de demanda», indica Lucía Castro, trabajadora social y directora de programas.

No sólo las cocinas necesitan un repaso. También el ropero, en el que los voluntarios seleccionan y organizan la ropa de donaciones, que también se pone a disposición de familias necesitadas y otras entidades. Cada vez es más pequeño para el volumen de atención que tiene. O el lavadero, de reducidas dimensiones, o los baños externos, o el almacén, con un deshumidificador en cada esquina para mantener los alimentos en buen estado, y con la necesidad flagrante de un ascensor para transportar las cajas de comida, en lugar de hacerlo por una escalera estrecha y empinada.

Con el proyecto de El Natahoyo, Angelita Diez también tenía esperanza de poder albergar a los transeúntes «en habitaciones dobles, con más intimidad», en vez de hacerlo en cuartos de tres y cuatro personas.

Los participantes en el taller de velas, por su parte, se ven obligados a hacer malabares para circular entre montones de cajas apiladas y no derribar nada en el intento. Este taller es una de las «estrellas» del Albergue Covadonga, un proyecto en el que participan personas sin hogar a cambio de una remuneración económica mensual y que sirve, sobre todo, para «favorecer la integración social, trabajando otros aspectos como la disciplina, los horarios o la convivencia», indica el responsable de esta actividad, César Fernández. Pero los objetivos difícilmente se pueden cumplir con una falta de espacio «brutal», en palabras de Fernández. «Es imprescindible que podamos disponer de más sitio para por lo menos poder colocar las cajas con los pedidos y trabajar con más comodidad», señala Dolores López.

Ahora, sólo les queda esperar a que «Proyecto Hombre pase pronto al centro sociosanitario y nosotros podamos utilizar parte de sus instalaciones», aseguran en el albergue. Con resignación.