Miré desde el cristal empañado de mi habitación. Tenía dieciséis años, un sueño y una pequeña casa en el monte. Todos los días miraba por esta ventana, miraba al bosque que tenía debajo. Cientos, tal vez miles de árboles que parecían querer decirme algo cada vez que el viento los agitaba, o tal vez no? Tal vez sólo les escuchaba yo, sólo un escritor puede escuchar a su entorno sin necesitar palabras. Allí, al otro lado de mi verde paraíso, ahora mojado por las lluvias de setiembre, se veían las luces de una gran ciudad. Casi podía imaginar el ajetreo, las miradas perdidas de la gente mientras caminaba, el ruido? Sin embargo, lo único que de verdad quería hacer en aquella ciudad era escribir. Podría llegar lejos, la gente me adoraría y se pararían a leer mis torpes reflexiones; entenderían mi sonrisa cuando ellos al leerme sonrieran, pero también llorar ya, de alegría o de tristeza, sin importar la causa, sólo eran lágrimas de papel. Escribí mi nombre en el empañado cristal de mi ventana: Alicia. Siempre Alicia, desde que me había nacido, para atormentarme, acompañarme, hundirme o ayudarme a levantarme. Siempre Alicia, en todas mis historias y poesías, porque Alicia era la única que nunca me defraudaría, yo era la única que podía comprenderme: Alicia.

Observé callada al paisaje antes de cerrar la cortina. Me puse mis botas y salí de casa, con mi libreta de poesías bajo el brazo. Tontos torpes pensamientos, tantas vacías reflexiones que, aunque vacías, eran reflexiones, tantos silencios plasmados en la tinta? Tanto arte.

Abrí la puerta de mi casa, el picaporte estaba pintado con esmalte negro y azul, mis colores. El frío setiembre azotó mi cara, revolvió mi pelo e intentó decirme que no saliera? Esperé? Septiembre nunca habla? Aunque seas escritor. Mi mirada se perdió en el cielo gris, en los árboles y en el camino, en el viento o y en los destellos de la ciudad. Algún día se rendiría bajo mis pies? Aunque de momento sólo podía contemplarla desde mi monte. Avancé poco a poco por la cuesta que bajaba al bosque. El camino de todos los días con el mismo sueño de escribir y el mismo compañero de siempre: el bosque.

En apenas diez minutos había dejado de caminar. Abrí mi libreta mientras me sentaba. Antes de que las palabras me envolvieran acaricié la corteza del árbol bajo el que me había sentado. A la altura de mi mano había una marca con una letra A. La había hecho con apenas cuatro años, por eso siempre me sentaba allí, era como si la Alicia de los cuatro años pudiese inspirarme cada vez que me ponía a escribir. Pasé las hojas hasta encontrar aquello en lo que estaba escribiendo. Contaba una historia de un hombre que se había enamorado de un personaje de su novela? Escribí:

«Miré las páginas como si de verdad pudiese quererlas, las horas podían pasar a su lado pues no eran horas ni era mujer, yo escribo su destino, nunca iba hacerme daño, al igual que yo siempre lo protegería... Pero el tiempo me venció, la locura se apoderó de mi creatividad y la historia de mi cuerpo. Deja de ser humano para ser un hombre distinto que se enamoró de una mujer de papel? Dejar de ser escritor para empezar a ser feliz».

Sonreí, había hecho feliz a mi personaje. Había podido entrar en su historia y amar a su mujer?

Cerré los ojos y pensé?

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me dormí. Miro a mi alrededor, sigo sentada en el mismo árbol. Recuerdo que antes de dormirme había acabado de escribir mi historia. Sonrío.

Pienso la ciudad, tan lejos de mi monte? Algún día miles de refinadas manos con perfectas manicuras granates acariciarán las cubiertas de mis historias.

De pronto noté un olor extraño. No? Tengo que mantener la calma. Doy unos pasos alrededor de los árboles, dejo mi libro de poesías en el suelo? Yo volveré a por él. Veo un destello al fondo, en el suelo. El destello empieza a crecer? Espera, no es un destello. Las llamas empiezan a extenderse por el suelo, quema las hojas. Sí, los árboles me gritan, no porque sea una escritora, esta vez tienen miedo. Me acerco al fuego sin temerle, soy humana, él no piensa ni escribe, ni mucho menos siente? Ni tan siquiera es un él, es un ello. Veo un cigarrillo en el suelo, aún conserva una marca de carmín? La ciudad y sus vicios, sus mediocres entretenimientos. No sabe matar su tiempo sin destruir y esta vez parece que van a destruirme a mí, a mí y a mi mundo.

El fuego se extiende, no puedo hacer nada para pararlo. Lloro, pero mis lágrimas no pueden apagar el fuego, sólo destruir mis esperanzas. No puedo quedarme parada, tengo que correr, tengo que escapar antes de que termine conmigo, desde fuera veo como los árboles que me contaban una historia se han quedado reducidos a un montón de cenizas. Un pensamiento me paraliza. Mi libreta.

Mis poesías, mis historias. El fuego sigue avanzando. Veo el árbol con la letra A. Parece que las lenguas rojas y brillantes hayan llegado a mi corazón y vaciado todos los sentimientos que alguna vez tuve. Mi infancia se pierde entre el color de la pasión. Y no sólo mi infancia, mi arte.

Tantos torpes pensamientos, tantas vacías reflexiones que, aunque vacías, eran reflexiones, tantos silencios plasmados en la tinta? Tanto arte.

Nunca llegarían a la ciudad, su vanidad había venido a ellas, y su mediocridad las había destruido.

Me caigo al suelo. No puedo sostenerme. Se ha muerto todo lo que amaba entre llamas. Golpeo el suelo. Lo siento, no puedo verlo? Tantos años perdidos. Adiós a mi sueño. Adiós a las palabras, a la prosa, a la poesía y al hombre de papel que se enamoró de una mujer de tinta.

¿Adiós? No. Soy escritora. Cada punto final es el comienzo de una nueva historia, más brillante y más pura. Este final es sólo otro comienzo. Tengo creatividad para enfrentarme a otro comienzo. Soy el personaje principal de mí nueva historia. Y de mi brillante futuro: el arte.

Irene de Caso Ojea (14 años, Colegio Liceo)

De todos los montes que hay en el mundo, hay uno un especial que ninguna persona sabía por qué les impresionaba tanto. Es un monte que no es ni muy alto, ni muy bajo, tiene un color normal y no aparentaba nada fuera de lo normal. Aun así, cualquiera que lo viera se impresionaba, los filósofos decían que aquel monte desprendía una fuerza extraña. Lo cual era mentira.

Pero dos gemelas que iban caminando se fijaron en aquel monte y también las impresionó mucho, pero al contrario que los demás quisieron acercarse para verlo más de cerca. Estaban tan cerca del monte que sintieron como les hablaba y parecía susurrar algo que las gemelas no lograban comprender, pero un hombre que las vio, las alejó del monte y dejaron de oír sus susurros.

El hombre les explicó a las gemelas que lo que estaban haciendo era una locura, que sí se acercaban tanto podría pasarles una locura, por supuesto las gemelas no opinaba lo mismo que el hombre, pero pensaron que era mejor irse a su casa sin rechistar. Una vez que las gemelas estaban ya en su casa, pidieron a sus padres información sobre aquel monte y los padres les contaron una leyenda que decía que el monte ocultaba un secreto en la zona más alta y que toda la vegetación que había allí era de oro.

Los padres les dijeron que por supuesto eso era una clara mentira porque muchas personas habían escalado a la cima de aquel monte y la vegetación y el bosque que había era normal.

Cuando anocheció, las gemelas se fueron a acostar pero a las dos les fue muy difícil poder dormir ya que tenía la imagen del monte como un hermoso bosque en su cima y unos animales preciosos.

Las gemelas madrugaron temprano y decidieron recoger todas las cosas vitales en una bolsa. Salieron de la casa con cuidado de que los padres no las oyeran y se fueron muy rápido para que ningún vecino las viera.

Cuando estaban en las afueras del pueblo tuvieron que hacer una gran caminata para llegar al monte pero por el camino se preguntaban si el bosque sería tan impresionante como el monte o incluso más.

No paraban de hacerse preguntas así y querían descubrir las respuestas una vez que llegaran al monte y vieran el Bosque.

Una vez que las gemelas llegaron a las cimas del monte estaban agotadas, pero mereció la pena para ver aquel bosque, porque aunque no fuera de oro como decía la leyenda era un bosque precioso, ellas nunca habían visto prados tan verdes y hojas que caían de los árboles del bosque con tanto colorido.

Pero de repente y una vez más el monte y el bosque empezaron a susurrar a las gemelas, con la excepción de que esta vez sus palabras era más claras y decían: aquellos que tienen un corazón puro y no vienen por el oro merecen saber cómo somos.

Y delante de los ojos de las gemelas el monte y el bosque se volvieron dorados, por donde pisaban había oro y lo que tocaban era oro.

Pero aunque sólo fueran unas de ellas estuvieron a punto de ser dominadas por su arrogancia y estuvieron a punto de robar oro del bosque como haría muchos otros, pero pudieron controlarse y respetaron al monte y al bosque.

Cuando volvieron al pueblo y se fueron a su casa, sus padres las estaban esperando muy enfadados y las regañaron mucho, pero a ellas no les importó o con tal de guardar el secreto del monte y el bosque de oro.

Cuando las pequeñas estaban castigadas empezaron a añorar aquellos prados tan bonitos, así que cuando las gemelas crecieron, una de ellas se fue a vivir en el monte de oro y la otra gemela se fue a vivir en el bosque de oro del monte.

Laura Buznego Rodil (12 años. IES Montevil)

Un niño llamado Pedro vivía en los montes Eukusima. Nunca había visto el bosque. Y hizo una máquina voladora, pero no funcionó. Construyó un coche. Fue con él al bosque, cuando empezó a andar se quedó sin combustible y empujó hasta una empinada cuesta. Iba tan rápido que se pasó el bosque y llegó a la playa.

Entonces construyó un barco. Pasaron días y días hasta que vio una isla. Bajó en la isla y comió.

Nunca había estado en una isla. Le encantaron los cocos y los plátanos. Metió muchos en el barco y se marchó. Un mes después llegó a Nueva York.

El niño perdido preguntó a un policía dónde estaba. Pidió un taxi al bosque y el taxista lo llevó al Central Park (Manhattan).

El niño pensó que eso era el bosque y ahora vive allí. Y si miras a los árboles del Central Park verás a un niño subido durmiendo.

El niño llegó al Colorado, pero no le gustó mucho. Llegó a España vio los toros y le encantó. Como echaba de menos la montaña fue a Asturias. Vio sus prados y montañas y se quedó.

Víctor Menéndez Núñez (10 años. Colegio de la Asunción)