A. R.

Triunfaron todas las versiones de monstruos, vampiros y seres crepusculares, pero la moda no pudo tumbar a las siempre triunfantes princesas, a los piratas y a los vaqueros. «Por mucho que intentemos lo contrario, a las niñas dales vestidos, brillos y purpurina; y los niños se matan por pintarse un bigote, una barba, ponerse unas pistolas o llevar una espada», contaba una maestra gijonesa. Los tópicos del Carnaval volvieron a brillar en los colegios y escuelas infantiles de la ciudad, donde ayer nadie quedó sin disfrazarse, y muy pocos quedaron sin comer un frixuelo o una picatosta.

«Es una fiesta que a las familias les encanta, aunque las haga trabajar. Es un hecho. Y a los niños, por demás. Hasta los más pequeñinos sufren una agitación fuera de serie. Alguno hubo de los de mi clase que, según me contó su madre, ni durmió de los nervios», explicaba, tras la exitosa fiesta en la escuela infantil Gloria Fuertes, la maestra Mayte Irazusta, que ayer se había convertido en Pinín, de la mano de sus compañeras Telva y Pinón. La misma idea de la agitación generalizada que se produce el día de Antroxu era compartida por otras profesoras. «Llevo veinte años dando clase en Infantil y lo tengo comprobado, la fiesta de Antroxu es el típico día en el que muchos de los niños acaban con fiebre. Es tal la intensidad y el estado de nervios que tienen, la emoción con la que viven la fiesta, que acaban por ponerse malos», contaba una veterana de las aulas del concejo. Con fiebre o sin ella, por todas las aulas acamparon elfos, animales, damas antiguas, polis y cacos, protagonistas de cuentos, piezas de parchís... hasta algún Jovellanos se puso la peluca y posó para las cámaras. Era el día de la ilusión y el disfraz.