Cuca ALONSO

Lucía Peláez, directora de los museos Casa Natal de Jovellanos y Nicanor Piñole, es persona poco inclinada a hablar en público, como ella misma reconoce, pero ello no obsta para que lo haga estupendamente. Es amena, dulce, minuciosa y se expresa muy bien. Ayer, su charla «El poder del dibujo. Obra sobre papel de Nicanor Piñole», impartida en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, fue seguida con gran interés.

Nicanor Piñole nació en Gijón, en enero de 1878, y falleció en esta misma ciudad, en 1978, es decir, a los pocos días de haber cumplido 100 años. De ellos, más de sesenta estuvieron dedicados a la creación artística, principalmente a la pintura. Su trayectoria se desarrolló sin estridencias, siempre conjugando la modernidad con la tradición. El dibujo era su principal herramienta, y a través del lápiz fue reflejando sus pensamientos. Se da la circunstancia de que el museo que lleva su nombre conserva más de cinco mil piezas de sus dibujos sobre papel; son apuntes llenos de espontaneidad, en ellos se descubre un Piñole que no está condicionado por nada. Las técnicas son variadas y los soportes, a menudo, son papeles ya utilizados, como recibos, o las acciones de una compañía de tranvías que no pasó del proyecto.

Lucía Peláez hizo un análisis de la obra del gijonés desglosándola en tres bloques. El primero lo constituyen sus cuadernos -comprados en La Escolar-, donde los dibujos sirven de preparación para diversos cuadros. En ellos se puede recrear todo el proceso creativo de piezas que han sido emblemáticas en la obra de Nicanor Piñole, como «Casamiento en artículo mortis», «La vuelta de la romería» o «La primavera». Valiéndose de imágenes en pantalla, Lucía Peláez mostró los primeros pasos de cada uno de ellos, cómo el pintor iba añadiendo ideas al croquis primitivo, cómo buscaba encuadres, cómo introducía el color. «Casamiento en artículo mortis» está inspirado en un cuadro en que Isabel la Católica firma el testamento en su lecho de muerte. «La vuelta de la romería» hace referencia a la Sacramental de Perlora, que aún se sigue celebrando, y «La primavera» nace en una época en la que Nicanor Piñole era muy amigo de Gerardo Diego, de ahí su lirismo, aunque mantiene la voluntad realista del autor.

El segundo bloque de dibujos es como una autobiografía. Nicanor Piñole recoge todo lo que ve a su alrededor. Son apuntes rápidos, a lápiz, de la vida en la ciudad, de los desastres de la Guerra Civil, de su familia, de los animales domésticos o del paulatino deterioro de su madre. Curiosamente, en la última etapa de su vida vuelve a repetir las imágenes cotidianas de su entorno. Y, por último, en el tercer apartado vemos al Piñole de carácter autónomo, que dibuja sobre papel valiéndose del pastel y la acuarela, y sus motivos son en mayor parte retratos de miembros de la familia Prendes. A Pepita Prendes la pinta desde la infancia hasta que alcanzada la maternidad posa con sus hijos.

En este capítulo son numerosos los autorretratos, el Museo Piñole tiene unos trescientos, realizados con lápiz, ceras, óleo, acuarela... Abundan también los paisajes de Carreño, de la «Quinta del Sol», donde Piñole pasaba sus veranos, de Gijón, la playa, la Fábrica del Gas, la Fábrica de Moreda, las calles Corrida y Moros...

Su primo Ramón había ido guardando todos los dibujos, y algunos años después de la muerte de éste, el tesoro fue descubierto por Lafuente Ferrari, con la consiguiente alegría y admiración.