Luján PALACIOS / Pablo TÚÑÓN

A lo largo de su vida, nunca le faltaron a José María Díaz Bardales una palabra de aliento, un gesto de apoyo para el que más lo necesitaba. Al alba de ayer se apagaba su vida terrena, y aquellos entre los que sembró bondad corrieron presurosos a devolverle un poco de «lo mucho que nos ha dado». El que fuera párroco de Nuestra Señora de Fátima, en La Calzada, falleció a los 71 años, después de una larga lucha contra la enfermedad, «en paz y tranquilo». Y sus fieles no podían ocultar el desconsuelo, porque ahora se sienten «un poco huérfanos».

«En los últimos días estaba ya muy apagado, ni siquiera le contamos que se había muerto su amigo Juan Ramón Pérez Las Clotas; pero se fue en calma», relataba ayer emocionada su hermana, Ana María, que hace dos años se trasladó desde Alicante para cuidarlo. No sólo ella estaba a su lado. Las visitas al lecho de José María en los últimos tiempos eran incesantes, una muestra de lo mucho que todo el mundo lo estimaba.

Era «un padre, un hermano, la persona en quien podías confiar cuando tenías cualquier problema; sabías que se lo podías contar con plena confianza», relataba Angelinos Feijoo, una de sus colaboradoras en la parroquia. «Llenaba las iglesias con unas homilías que te hacían sentir la fe de verdad», aseguraba la mujer entre lágrimas, a la vez que aseguraba que a La Calzada «le va a costar mucho encontrar otro Bardales».

La parroquia de Nuestra Señora de Fátima fue el último destino de un riosellano de nacimiento (8 de noviembre de 1940), el mayor de seis hermanos que con 10 años ingresó en el colegio de los Jesuitas de Carrión de los Condes (Palencia). Luego estudiaría en el Seminario de Oviedo, y se ordenaría sacerdote en 1962, a los 22 años. Tras pasar por Luanco, Pesoz y Mieres, José María Díaz Bardales llegó a Gijón para ser «cura de barrio». En Tremañes empezó su lucha para acabar con el chabolismo, y en La Calzada, donde permaneció treinta años, culminó su tarea siempre al lado del más débil, dando el relevo a otro cura «obrero» y luchador, el también fallecido José Luis Martínez.

Así lo recuerdan quienes lo conocieron. Como alguien «realista, cercano, auténtico», enumeraba Ana Belén Rodríguez, una joven de la parroquia que durante varios años ejerció como catequista. Entre sollozos, contaba que tiene pensado contraer matrimonio el próximo verano, «y ya no me podrá casar José María». Como ella, numerosos jóvenes de La Calzada desfilaron ayer llorosos por el tanatorio de Cabueñes, muestra de la honda huella que dejó entre todos ellos el cura Bardales. «Él lo era todo: amigo, confidente, una persona normal, auténtico, entusiasta», asentía Saúl Rodríguez enjugándose las lágrimas. «Siempre confiaba en nosotros, nos dejaba hacer, era un gran trabajador; en un barrio sencillo y obrero como el nuestro caló mucho», afirmaba el joven catequista.

Logró José María Díaz Bardales que todo el mundo se implicara con la parroquia, «y nunca hizo distinciones entre los que iban a misa y los que no», apuntaba Rufino Ballesteros, presidente de Iniciativas Deportivas Culturales La Calzada. «Decía que hacía pastoral en la barra y era verdad; era fácil verlo por los bares de la zona compartiendo con los vecinos, interesándose por sus problemas; yo no iba a misa y presumo de haber sido uno de sus mejores amigos», resumía Ballesteros, colaborador de Bardales en iniciativas corales en la parroquia.

Coincidía con él Teresa Prada, presidenta de la Asociación de Vecinos «Alfonso Camín» de La Calzada. «A título personal lo quería muchísimo. Me dio clase a los 15 años y bautizó a mi hijo. Hasta el año pasado participaba en el Consejo de Distrito de la zona Oeste. Es una de las personas más queridas en el barrio, ideologías aparte; un hombre que estaba a pie de barrio, que iba a los chigres. Decía que la mejor parroquia era la calle», aseguraba Prada.

A lo largo de todo el día quisieron despedirse del sacerdote cientos de personas anónimas, todas ellas agradecidas al párroco por uno u otro motivos. «No encontrarás a nadie que hable mal de él; era una persona buena donde las hubiera», comentaban en los corrillos. Y junto a ellas, numerosos sacerdotes de Gijón compartieron las horas tristes de la despedida.

A José Manuel Álvarez, «el Peque», párroco de Jove, el día se le hizo especialmente duro. «Era mi hermano mayor; de hecho, él bromeaba siempre diciendo que yo era su pequeño hermano», lamentaba en el tanatorio. «Tenía un carácter fuerte y era a la vez tan sensible hacia los problemas de los demás... Me ha dado tantas lecciones de compromiso, de fe, especialmente ahora, en la enfermedad...». El Peque deja la frase inconclusa, y la retoma el congoleño Crispín Kabeya, vicario parroquial de Nuestra Señora de Fátima. «Tuve el gusto de trabajar con José María los dos últimos años, y lo hicimos como dos hermanos; ha tenido una vida dedicada a los demás, y eso se nota».

Adolfo Mariño, párroco de San José y vicario episcopal; Herminio González, arcipreste de Gijón; Fernando Fueyo, capellán del Sporting y Eduardo Berbés, párroco de San Miguel de Pumarín, también pasaron por el tanatorio para acompañar a la familia, entre recuerdos y anécdotas. «Era muy futbolero, y fue profesor en la Escuela de Entrenadores; pero sobre todo, estaba cerca de Dios y de los hombres», apuntaba Fueyo. José Antonio García Santaclara, sacerdote y presidente de la Fundación Siloé, destacaba de él «su humanidad, a flor de piel, sin máscaras».

Con la muerte de Bardales se queda vacía otra de las sillas de la tertulia de los viernes en el hotel Asturias, y se apaga otra de las voces del histórico «grupo de El Bibio», integrado por sacerdotes de parroquias de Gijón, jesuitas y claretianos. Y también queda libre su puesto en la comida que cada miércoles compartían Bardales, El Peque y Marga Domínguez, del Foro Gaspar García Laviana. «Llevábamos cuatro años comiendo juntos; echaremos de menos a un hombre luchador, acogedor, amigo, hermano», aseguraba Domínguez.

Para todos significó el sacerdote un compromiso con los más débiles, «con la transformación de esta ciudad, la lucha contra el chabolismo en Tremañes y la implicación social en un momento en el que no era nada fácil implicarse», apuntaba la ex alcaldesa socialista, Paz Fernández Felgueroso.

El grupo municipal de Izquierda Unida-Los Verdes también expresó su pesar por el fallecimiento de Bardales, quien «promovió los valores de la solidaridad, el respeto y el compromiso social», mientras que la presidenta del PP local, Pilar Fernández Pardo, lo destacó como «uno de los párrocos más singulares de Gijón, que supo ganarse a los vecinos de La Calzada con sus buenas palabras y mejor hacer».

Sus amigos organizaron en la tarde de ayer una misa en la capilla del tanatorio de Cabueñes, a la espera de que hoy, al mediodía, se celebre el funeral por su eterno descanso en la que ya es su parroquia para siempre: La Calzada. Antes del funeral, se trasladarán sus restos mortales a la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, y después del oficio religioso (12.00 horas) está previsto que su cuerpo aún permanezca unas horas en Gijón antes de partir hacia Ribadesella. En su tierra natal se oficiará otro funeral a las 17.00 horas y, acto seguido, recibirá cristiana sepultura en el cementerio parroquial. Se apagó la luz de Bardales, pero ha dejado incontables llamas ardiendo.