No hablo de ti porque ya lo han dicho todo otros y mucho mejor que yo. Hoy le hablo a mi amiga. A ésa que sé que te llora, como yo te he llorado a través de ella. No te conocía personalmente, pero nos queríamos. A través de ella, que tanto nos quiere a los dos. Me decía que tú me leías y ella sabía que yo a ti también. Te he admirado en la distancia porque la hacías feliz, porque la confortabas, porque se reía contigo cuando ibais a tomar unos culetes. Ella tenía fe, pero tú se la reforzaste, la involucraste en tu proyecto maravilloso de hacer iglesia de verdad, no como por desgracia se hace a veces. Así que permíteme que me dirija a ella, déjame que la consuele, porque tu pérdida la ha dejado huérfana. ¿Sabes?, hace poco me dijo que estabas muy malín, y que tú y yo (fíjate qué comparación) éramos sus referentes, que le faltaría algo sin ti. Ahora le quedo yo, y quiero decirle desde aquí que no puedo suplirte, pero que el tiempo de vida que me quede sabe que estaré siempre para ella...

Yo no puedo compararme a ti porque creo realmente que eras un santo de ésos que no están en los altares, pero que están ahí, siempre dispuestos a echar una mano, a regalar una sonrisa, a partirse el pecho por el más desfavorecido, a ponerse del lado del más débil, como a mí me han enseñado toda la vida. He llorado mucho, ¿sabes?, porque no hago otra cosa que pensar en ella. Y no me atrevo a llamarla porque sé que su sentimiento de orfandad es tan grande como el que yo sigo sintiendo tantos años después. Ella y yo hemos llorado juntas, también nos hemos reído mucho. Siempre que me llama me dice que me quiere, aunque hace siglos que no nos vemos. Y sabe que yo la adoro, porque ha formado parte de mi vida, de la de mis hijos y ha estado siempre ahí.

A veces dice que sueña conmigo, y me llama por teléfono y nos contamos nuestra vida, porque hemos sido, somos, muy muy cómplices, porque lo sabemos todo la una de la otra, porque su amor es incondicional. Y ¿sabes?, aunque la vida nos haya separado, es igual, es mi amiga. Y también era la tuya. Eso me hace sentirme orgullosa, porque nos unía. Lo que lamento, no sabes cuánto, es no haberme ido con vosotros a tomarme esas sidras que os echabais. Me he perdido el conocerte personalmente. Y no me lo perdono. Sólo me queda una alegría, el saber que tú estarás allí, donde están ésos que tanto quiero, y que ella y yo tenemos un ángel más que nos envolverá con sus alas. Porque te lo juro, Bardales, yo creo en ellos...