He requerido el paso de una semana para poder asentar en mi cabeza lo sucedido. Hay vidas que se van galopando a lomos de un suspiro, de una forma tan sutil que hacen que cada mañana me imagine todavía a Iglesias cruzando el umbral de mi despacho en busca de ayuda para redactar un artículo, crudo y visceral, lleno de verdades y armonías de paria.

Quizás empecé a conocer y a ser su amigo mucho antes de conocerlo, cuando gente cercana a él me hablaba de sus correrías, de sus luchas, de sus visitas a los calabozos tras «pequeñas» afrentas contra los poderes de la época, de un pundonor irreductible y de un corazón inmenso. En esto tuvo mucho que ver mi amigo Paco Baragaño, que siempre achacaba a Pipo su metodología visceral, pero que aún no ha podido sacudirse de encima el duro golpe que ha supuesto su pérdida. Eran grandes amigos.

A mí, sin duda por la diferencia de edad que nos distanciaba, no me tocó vivir ninguna de sus virtudes en la lucha directa con los trabajadores y las trabajadoras. Compartí con él su estancia más pausada, donde dábamos rienda suelta a nuestras quejas y recriminaciones a través del papel. Se agarraba a un madero de inspiración y comenzaban a brotar de su mente infinidad de ideas que a veces entremezclaba y confundía, pero que al mismo tiempo le liberaban y le redimían. No podré perdonarle que me haya abandonado justo cuando empezábamos a escribir sus memorias, que tenían ingredientes para convertirse en un best seller literario. No por mi pluma, sino por la excelsa cantidad de momentos y vivencias poco comunes y dignos de ser relatados.

Ahora que vivimos una época de recesión sindical, Iglesias representaba un sindicalismo puro, de otra época. Más bruto pero evidentemente más eficaz. Arañando con esfuerzo y sudor cualquier derecho para el mundo laboral. Su verdadera grandeza descansaba en la extraña habilidad que se granjeó para no ganarse ni un solo enemigo en sus años de lucha. Su despedida destiló todos los colores políticos e institucionales allí representados. Y que conste que era un bicho que a más de uno le hubiera gustado abatir en algún momento. Pero no fue así, quizá porque a la hora de hacer favores no miraba el perfil del contratante. Además, su perfil de luchador incansable y guerrero no impedía discernir la silueta de un hombre bueno.

Yo, como el resto del sindicato, lo echamos más de menos cada día que acontece, no pudiendo olvidar jamás a un hombre que dio su vida por esta organización y que salió de ella como siempre quiso.

Auguro que en el paraíso San Pedro se ha jubilado. Jalisco tiene ahora las llaves de las puertas del cielo.