Quiero pedir perdón por si no puedo terminar de leer como quisiera. Te vas de nuestro lado y nunca como hoy yo quisiera escribir como lo hacía Miguel Hernández a un querido amigo en su momento: «Tanto dolor se agrupa en mi costado que doler me duele hasta el aliento».

Te lloramos aquí, en tu parroquia, familiares, amigos y compañeros. Gente de aquí y de allá, de todas las creencias o sin ellas, porque fuiste tan fiel al evangelio que esta casa jamás cerró a nadie sus puertas. Inteligente, culto, tímido, respetuoso, comprometido y firme en tus creencias. De corazón abierto y de mano tendida, no dejas más fortuna que tus hechos. ¡Esto es pasar de grande por la vida!

Lo diste todo, reconocido a veces, otras incomprendido. Pero estabas contento porque fue para ti esta parroquia lo más grande y querido, te sentiste apoyado. Contigo hemos sufrido, contigo hemos llorado, contigo hemos reído. Vivir el evangelio en los demás lo aprendimos contigo.

Hoy nos quedamos huérfanos. No llegamos a entender por qué ha pasado. Sólo la fe nos dice que para ti el momento había llegado. Y nuestra rebelión ante la muerte y ante el dolor profundo que sentimos. Tenemos que volver al evangelio: «Mis caminos no son vuestros caminos».

No quiero decir nada. De tanto como has hecho se ha dicho y se dirá continuamente. Sólo queremos despedirte con un abrazo fuerte de tu familia, amigos, feligreses; seguro de que vives ya en la casa del padre, en esa estancia grande que tú nos recordabas tantas veces.

Quiérenos desde allí como nos has querido en esta tierra, no dejes tu parroquia a la deriva, tú y José Luis, unidos ya para siempre, velad por ella y entre los dos curarnos esta herida que deja vuestra ausencia.

Gracias, José María, por habernos querido. Gracias, José María, por dejarnos quererte. Sé que en tu corazón nos llevaste contigo y en el nuestro vivirás hasta la muerte. Mereces un aplauso y hoy te lo brindamos aquí toda tu gente.

Berta Vázquez leyó este texto en el funeral de José María Bardales en nombre de los feligreses de Fátima