¿Podemos ser felices cuando un pertinaz y afilado temor nos muerde los talones? No he escuchado a ninguno de nuestros previsibles candidatos plantear preguntas de este tipo en la aburrida campaña que soportamos, la más cansina de nuestra historia electoral, aunque parece que son estas sencillas cuestiones las que preocupan a los sufridos ciudadanos.

Y es que aumenta la lista de quienes empiezan a sentirse igual de fumigados que Cary Grant bajo la torva sombra, implacable, de la avioneta filmada por Hitchcock. Así lo subrayan, al menos, algunos informes. Resulta que el 41 por ciento de los españoles teme perder su trabajo. Y, según una encuesta de Ranstad Workmonitor, esa angustia ha aumentado hasta cuatro puntos después de la reciente reforma laboral. Españoles y griegos son ya los europeos que más sufren esa ansiedad. Y, por el momento, sin tranquilizante que lo remedie. «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo», dice el replicante Roy Batty, por no salirnos de la sala del cine, en su memorable monólogo de «Blade Runner».

Pero acaba la semana y no dejo de darle vueltas al nuevo regionalismo transfronterizo que parece animar a Cascos en su particular pelea por la hegemonía de la derecha asturiana. Ha dicho que los modelos inspiradores de su partido, Foro, son nada más y nada menos que Baviera (supongo que no la del excéntrico y melancólico Luis II, de quien Cernuda escribió: «¿Quién gobierna en el mundo de los sueños?») y Texas. En fin, no está mal para el infatigable citador de Jovellanos. Supongo que del mayor de los estados federados alemanes le atrae, sobre todo, la figura del orondo Strauss. Le mirabas y tenías la impresión de estar ante alguien que acababa de salir de una cervecería, después de dar cuenta de varias jarras y una docena de salchichas. Pero gobernó a 12,5 millones de bávaros y, con las riendas en corto de la Unión Social y Cristiana (CSU), condicionó la política alemana durante años. E imagino, además, que del segundo mayor estado de los USA (24,7 millones de texanos) le gusta todo, incluido el chili con carne y que fue la gran plataforma política del último Bush presidente, aquel que rancheaba con Aznar como si tal cosa.

El regionalismo mutante de Cascos atrajo a las filas de Foro a algunos conspicuos asturianistas de primera o segunda hora, de aquellos que paseaban Corrida en madreñas para hacer patria. El «asturianismo transversal», según feliz expresión de Humberto Gonzali, da para mucho. Aunque la verdad, qué quieren que les diga, no veo yo al cantautor Carlos Rubiera, concejal forista de Cultura, Educación y demás bolos, suspirar por el Lederhosen bávaro (sí, el pantaloncillo con tirantes) o por un sombrero texano como el de Chuck Norris, el ranger con cara de malo. Y llevará razón: mejor nuestra versátil montera picona. No olvidemos que acaba de poner en marcha un concurso para ver cuál es el barrio o la parroquia de Gijón que mejor organiza una romería como las de antes. Aunque el premio no está nada mal para estos tiempos deficitarios (7.500 euros), nuestro concejal debería dar algunas pistas, porque los mozos de romería tenían la inveterada costumbre de concluir a palos aquellas divertidas fiestas de gaita, tambor y sidra espichada. Bueno, el autor de «La capitana» siempre podrá invitar a alguna delegación bávara y texana a su anunciado y veraniego Festival Atlántico, donde hay espuma cervecera para malestar del PP, me comentan.

Mucho mirar hacia Baviera y Texas, pensará el concejal socialista Justo Vilabrille, pero sin dar una mísera chapa para editar a quienes escriben de las cosas de este lado del Pajares. Denuncia que los foristas de Carmen Moriyón no han ayudado con un solo euro en la promoción de publicaciones de cultura y lengua asturiana. Según sus datos, los gobiernos de la izquierda que presidió Paz Fernández Felgueroso destinaron 2 millones, entre los años 2000 y 2011, a ese modesto ejercicio de asturianía. ¿Qué dirá nuestro frustrado émulo de Strauss de estas minucias gijonesas? No lo sabremos. Algunos periodistas, como ya conocerán por el necesario y valiente artículo que publicó Teresa Cembranos el pasado viernes en este diario, sólo merecemos el silencio. Menos mal que nos quedan Camus y su periodismo independiente: lucidez, rechazo, ironía y obstinación.