Fernando Fueyo García es uno de esos tipos «célebres» que todavía pueblan Gijón. Siempre con la sonrisa en la boca, un saludo a punto y alguna frase de «restallu».

Saber que jura por Quini, que entona en bable y domina el «kirundi» -la endiablada lengua oficial de la República de Burundi-, que fundó un campo de fútbol hecho a fesoriazos en el África más negra al que llamó «El Molinín», que a veces sigue desde el altar los resultados del Sporting o que en vez de un furibundo taco a él le sale un «bendito sea Dios» como reproche arbitral, no son más que pinceladas que sostienen el mito de un buen «paisanu».

Un gijonés, Fueyo, que lo mismo está en la misa que repicando; que es alma de bodas, bautizos y comuniones y que en El Coto mantiene una enorme familia de más de 8.000 fieles. Con muchos de esos hijos, hermanos, padres y abuelos de la parroquia de San Nicolás, que lo traen de cabeza tanto como le dan alegrías, celebrará hoy Fernando Fueyo que hace cincuenta años que se ordenó sacerdote. Fue también un domingo, en Comillas. Contaba entonces el joven Fueyo 25 años. Y vaya si llovió.

«Nací en Cimadevilla, en 1937, frente a la escalera 3 de la playa de San Lorenzo», dice como si rezara una letanía. Al poco de acabar la guerra la familia se fue a vivir a la zona de San José y en la parroquia de la Milagrosa empezó a dejarse ver como monaguillo. Estudió con «los Baberos» de La Salle en el barrio Alto, y luego pasó unos años en la Escuela Politécnica. Hasta que marchó a Comillas, donde estudió trece años y se ordenó sacerdote.

Dejó Cantabria para cumplir destino en La Felguera, como coadjutor, y en esas calles pasó tres años; hasta que Tarancón -así lo cuenta Fueyo- «me llevó de profesor de Filosofía y formador de pequeños al Seminario menor». Ahí le computan otros cinco años de vocación y trabajo. Y entonces, en 1970, visita Asturias monseñor Makarakiza y sus contactos con el clero, las Hijas de la Caridad y la asociación Medicus Mundi fueron la chispa que encendió el nacimiento de la acción misionera de los asturianos en Burundi.

Para el África de los Grandes Lagos, con la aprobación de Díaz Merchán, se fue voluntario Fernando Fueyo, haciendo pareja con Ángel Eladio González Quintana, «Yayo», y a ambos les tocó abrir la misión de Ntita-Gitega. Las primeras noticias que llegaron a Asturias de los dos misioneros las publicó el Arzobispo hasta en periódicos nacionales. Su relato en «ABC» en 1970 aún estremece.

«Han llegado a la ciudad las primeras noticias de los jóvenes sacerdotes don Fernando Fueyo y don Eladio Quintana, hasta hace muy poco profesores del Seminario ovetense y ahora misioneros en Burundi. Cuentan que en la zona que se les ha confiado tienen unos 50.000 cristianos y alrededor de 10.000 leprosos. Los fieles son muy devotos y unos dos mil de ellos asisten a cada una de las tres misas diarias que allí se celebran. Un noventa por ciento de ellos recibe la comunión en la misa. En cuanto a sus medios de subsistencia, los jóvenes curas asturianos no cuentan más que con los estipendios de las misas. Cada sacerdote tiene allí asignado con tales fines y, como percepción total, una cantidad que no llega al equivalente de 60 pesetas diarias; no obstante, estiman que ellos, en tales condiciones, son incluso ricos allí, porque el nivel de la zona es bajísimo. Don Fernando y don Eladio están, en definitiva, convencidos de que es posible realizar una gran labor misionera en aquel territorio».

Las anotaciones que aquellos pioneros dejaron sobre los inicios también completan el cuadro. Son ellos los que relatan que «que la iglesia es larga, estrecha de piso de tierra, tiene seis pobrísimos locales para escuela y cinco para catecumenado, sin puertas, abiertos, y el suelo de tierra». Y de la nada acaban haciendo un todo, al que pusieron un lema: «La Misión en la que nadie se siente forastero».

Si desde siempre -él dice que ya en el vientre de su madre- sintió en las piernas las ganas de fútbol, parece que en África ese deporte y el Sporting se le enraizaron en el alma. Allí disfrutó de la hermandad que puede generar el fútbol, y su Sporting fue su horizonte y su esperanza.

Desde Radio Exterior seguía los partidos dominicales ansiando oír aquello de «gol en El Molinón», y mandaba callar a los negritos que siempre lo rodeaban diciéndoles que estaba pendiente de «noticias muy importantes de mi país». Así fue como empezaron a llegar otras crónicas de Burundi, que hablaban de un lugar en el mundo donde faltaba casi de todo menos el fútbol y donde había una colonia de negrinos rojiblancos. A todos les enseñaba Fueyo, lo primero, su carné del Sporting.

Algo más de una década pasó por tierras de peligros, sorteando enfermedades, soldados y miserias; cuando volvió a Asturias, lo hizo sabiendo que ya nunca jamás iba a dejar de sentirse misionero, aunque le tocase iniciar otra etapa con gusto, la de ser cura de barrio. En Trevías pasó los primeros dos años, hasta que finalmente, en 1983, llegó a El Coto para hacerse cargo de la nueva parroquia de San Nicolás, que se formó tomando territorio eclesiástico de las de Ceares y del Corazón de María. Cuando cumplió veinticinco años en el mismo destino, llevaba cuenta hasta de los bautizos y muertos. Era el año 2008 y contabilizaba 1.522 bautizos y 1.526 fallecimientos entre la feligresía. Ahora, cuatro años después, seguro que los muertos le están desestabilizando el marcador, pero él sigue, como siempre, pensando en remontar.

Ha sido arcipreste de Gijón, pasó más de quince años siendo profesor de Religión en el instituto del barrio y lleva como una dulcísima cruz ser capellán del Sporting desde 2001.

Recibió la medalla de plata de la ciudad de Gijón por su sintonía total con esta villa y sabe lo que es cobrar el paro, que se le acabe el subsidio y tener que aguantar hasta fin de mes con la ayuda familiar. Porque nunca cobró del Arzobispado como párroco de El Coto -mientras fue profesor de Religión, cobró del Ministerio-, y ahora ya hace años que tiene ganada la pensión de la jubilación.

Otra verdad universal es que Fueyo va camino de ser un símbolo del Sporting. Y también que la gente lo quiere. A muchos sólo les hace gracia el cura «tifosi» de El Coto, pero muchos más besan por donde pisa. Porque a Fueyo se le entiende cuando dice que en su parroquia «tiene almas, pero con cuerpos pegados»; porque no hay muchos sacerdotes que sean pilares capitales de una peña rojiblanca: La Gaita; porque de la mística habla lo justo, pero a los «cracks» locales los hace rezar un padrenuestro antes de saltar al campo, y a todos los ha convertido en devotos de la Santina; porque apelaba al «talante» como clave de convivencia mucho antes que sonara en boca de Zapatero y, sobre todo, porque se expresa como un paisano y piensa como uno de El Coto, es decir, lamentándose, por ejemplo, de la cantidad de pisos sin ascensor que hay todavía en la zona, circunstancia que acaba por limitar la vida de los ancianos que viven en ellos. Ésa es, también, una preocupación de un cura de barrio. Como lo es cumplir con la misa y con el partido del domingo. Seguro que para Fueyo ayer no fue un buen día.