J. M. CEINOS

«Podemos decir claramente a los gijoneses que su playa no corre peligro alguno; su playa es técnicamente estable, es decir, no hay riesgo de que ningún movimiento de dinámica litoral pueda poner en peligro su estabilidad». Estas palabras, dichas el pasado jueves por el director general de la Autoridad Portuaria de Gijón, Julio de la Cueva, en el transcurso de la inauguración de la exposición «San Lorenzo, una playa viva», pueden suponer el punto y final a una larga polémica que tuvo sus últimos coletazos hace diez años, con la presentación de los estudios medioambientales preliminares de la obra de ampliación del puerto exterior de El Musel.

Precisamente los resultados del seguimiento técnico de las obras portuarias en lo referente a la playa de San Lorenzo fueron la percha para organizar la citada exposición por parte de la Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento de Gijón, inaugurada tres días antes de la cita electoral de hoy.

Pero el asunto de la regeneración del principal y más querido arenal de los gijoneses no comenzó, precisamente, en el año 2002 con el proyecto de ampliación de El Musel; la historia se remonta a la década de los años ochenta del siglo XIX, cuando los gijoneses de entonces, en plena expansión industrial, comercial y urbana de la villa, decidieron acometer la prolongación del Muro desde la actual escalera número 5, frente al «martillo de Capua», hasta la desembocadura del río Piles.

Pero los intereses especulativos de los propietarios de los terrenos del llamado Ensanche del Arenal, comprendido desde la calle de Capua hasta el Piles, influyeron decisivamente para que el muro de contención no se trazara formando un amplio arco hacia el Sur; todo lo contrario: el paredón siguió una línea recta, privando a la villa de una playa mucho más extensa que la actual.

En 1887, en «El Grito del Pueblo», órgano del Comité Republicano Federal Coalicionista, que dirigía Jesús Espiniella, ya se protestaba contra «la construcción de un muro que haría desaparecer una playa que otros pueblos menos afortunados tendrían a orgullo poseer».

Tras varios años de polémica y también varios proyectos de trazado, al fin, el 3 de junio de 1907 comenzaron las obras de construcción del actual Muro, aunque en la prensa de la época se seguía alertando de que la línea se estaba desviando y, con ello, se reducía la extensión de la playa.

Las protestas no sirvieron de nada y las obras prosiguieron, dejando cortado en dos el gran arenal del este de la península de Santa Catalina (que se aprecia en el plano de la bahía de Gijón levantado en 1787 por Vicente Tofiño de San Miguel, oficial de la Real Armada, que se reproduce a la izquierda de estas líneas). Se cortaba de raíz la autorregeneración del arenal, al quedar gran parte del sistema dunar costero bajo la nueva trama urbana de la ciudad.

Dando un gran salto en el tiempo, la prolongación del dique exterior de El Musel (el actual del Príncipe de Asturias), en el año 1968, alertó entonces a los gijoneses sobre las posibles consecuencias que esa barrera de hormigón en medio de la mar pudiera suponer para la playa de San Lorenzo. Y desde entonces, en el acervo de los gijoneses quedó grabado que la playa había cambiado, aunque sin datos técnicos que confirmaran tal suposición.

Con la llegada a la Alcaldía de Gijón, en 1987, de Vicente Álvarez Areces, se puso encima de la mesa un proyecto que tenía como objeto ganar zona de arena seca a pleamar en la parte occidental de la playa, la más próxima al Campo Valdés. Dicho proyecto pasó a la historia como el dique semisumergido de escollera, de 180 metros de longitud y 36 metros de ancho, cuya función sería abrigar la parte occidental de la playa a partir de su arranque desde el acantilado oriental de Santa Catalina.

Las protestas ciudadanas tumbaron el dique semisumergido, aunque en julio de 1995, con Álvarez Areces todavía en la Alcaldía, desde el Ayuntamiento se anunciaba que la ampliación de la playa de San Lorenzo era uno de los objetivos municipales para el año siguiente.

Y llegó 1996, y en el mes de abril desde la Demarcación de Costas de Asturias se adelantaba que la solución en la que se estaba trabajando era «blanda», o sea, ampliar la playa sólo con aporte de arena. Este proyecto también quedó olvidado por el momento.

Pasaron los años y en abril de 2002, en el estudio de impacto ambiental del anteproyecto de ampliación de El Musel, consistente en la construcción de un nuevo dique de abrigo de casi cinco kilómetros de longitud, entre el cabo de Torres y los bajos de Las Amosucas, se indicaba la necesidad de verter 300.000 metros cúbicos de arena para ampliar en 6.000 metros cuadrados la zona de arena seca a pleamar. En realidad, el vertido de arena también se proponía para corregir el basculamiento o giro de la playa de Este a Oeste que se preveía que ocurriría con la construcción del superdique.

A raíz de la publicación de los resultados del estudio de impacto ambiental se desató una enorme polémica, que terminó cuando el entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, impuso una ampliación de El Musel acortando a la mitad el dique de abrigo, aunque esta solución llevaba implícito el vertido de 100.000 metros cúbicos de arena en San Lorenzo.

Con las obras de ampliación portuaria casi finalizadas, en octubre de 2010, de los fondos marinos próximos a la costa gijonesa se hizo un acopio de áridos para cumplir con la regeneración de la playa como indica el estudio de impacto ambiental de la ampliación portuaria, pero, al final, la arena no era igual a la de San Lorenzo y terminó en el nuevo muelle Norte de El Musel.

Por su parte, la entonces alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, pidió prudencia y estudios precisos antes de abordar la regeneración playera, mientras los expertos en la materia aseguraban entonces que la playa no perdía sedimentos, lo que corrobora el estudio argumentado por el director general de la Autoridad Portuaria para descartar ¿definitivamente? la «regeneración» de la joya de la corona de los gijoneses y el principal atractivo turístico de la villa.