«Señor, ¿nos deja que le haga una foto? Venimos observándolos desde la mesa contigua y estamos sorprendidos. Perdónennos los demás comensales, a quienes hemos estado siguiendo su tertulia y felicitamos por su comportamiento y estilo de conversación. Pero nuestro centro está en este señor. Su carisma es impresionante. Ya no se ven señores así. ¡Qué elegancia en el vestir! ¡Qué corbata con pañuelo a juego! ¡Qué bastón! ¡Qué postura! y sobre todo, ¡qué semblanza de señorío! Y ¡qué tertuliano escuchando! Si nos permiten hacerle una foto, será para nosotros, que amamos las buenas formas y los buenos modales, una especie de diploma».

Así, unos turistas que pararon por el Riscal en Gijón, llevaron su foto de Paulino Hernández como una conquista de algo que ya no está en vigor, pero ¡cuánto se echa de menos?!

Este señor era Paulino, aquel niño que desde Alba de Tormes se impuso no quedarse con lo que entonces veía a su alrededor y optó por abrirse camino de otra forma. Entonces, en las familias castellanas era así: «Aquí ya sabes lo que hay; si quieres otra cosa, ¡tú mismo!» Ya me imagino a aquel niño por La Alberca transportando todo lo vendible en aquellos lares en aquella época tan difícil para vender porque no había con qué comprar.

Pero el destino tiene una fórmula que Paulino descubrió: la del trabajo, el esfuerzo, la constancia, la seriedad y la innovación. Pronto se le abrió el camino de las representaciones y más tarde fue capaz de conseguir un imperio alimentario: Su propia cadena de supermercados Los Tulipanes, pionero en Asturias y más tarde origen de plagios y referencias.

Sí, Paulino era un gran ejemplo como empresario, y por eso lo menciono, aunque no quiero que sea sólo ese aspecto el que destaque de su paso por este mundo. Seguro que el manto de Santa Teresa de Jesús, que desde su pueblo natal le cobijaba, le influía en sus cualidades como persona humana.

«Terco como él solo», dice su mujer Esther cuando comenta su insistencia en conseguirla a pesar de las dificultades; y así eran sus actos cuando la razón le indicaba lo que debía hacer. Entonces su voluntad no tenía límite.

Elegante donde los haya, incluso en esta época podía decirse de él que formaba un verso suelto en esta sociedad en la que nunca salió a la calle sin corbata y sin su pañuelo a juego, elegantemente vestido, con notable señorío.

Pero si de elegancia hablamos, no podemos obviar la de su carácter y saber estar. Nunca una palabra más alta que otra, ni siquiera enojado, nunca una discusión con nadie. La razón, según él, sólo la tiene quien sabe escuchar, y eso él lo hacía de un modo ejemplarizante.

Su éxito fue la buena educación, el saber estar siempre y su seriedad. Nunca aprobó la mentira ni el engaño; de hecho, aborrecía estas características.

De su saber estar dan fe hasta los animales, a quienes quiso como si de personas se tratase. ¿Será que los animales tienen cerebro y distinguen a las buenas personas? Le he visto dar de comer en su casa a las lagartijas, que viéndolo salir de casa se acercaban a él en busca de la comida diaria que les daba.

Su afición confesable: los toros, quizá por aquello de sus raíces salmantinas. Nunca perdía una buena corrida de toros allá adonde pudiera asistir y admiraba a los toreros de élite.

El buen hacer y el buen estar, como en los toros, ha sido siempre su referencia, por eso ha sabido torear en esta vida y ahora sale a hombros por la puerta grande, como un gran maestro que ha sido. Descansa en paz, amigo Paulino.