Se ha escrito mucho y bien de Lorenzo Sarmiento y Agustín José Antuña. No abundaré más. Queda un detalle personal, quizá para muchos desconocidos, y que es lo que hoy quiero destacar especialmente de estos ilustrísimos personajes. En días como éstos suelo hacer un escrito sobre la Muerte de Jesús. Hoy se me antoja que los óbitos de Lorenzo y Agustín, para relacionar ambos acontecimientos, son dignos de mención. En primer lugar, porque ellos se lo merecen. En segundo lugar, porque he conocido a pocas personas con sus convencimientos, sus conocimientos y sus razonamientos que hayan manifestado sus amplios corazón y mente, limpia y clarividente, en sus creencias profundamente católicas.

Fueron pregoneros de nuestra Semana Santa de Gijón en la iglesia mayor y principal de San Pedro. Siempre estuvieron en todas las procesiones y, en especial, la del Santo Entierro.

En definitiva, lo que deseo destacar no es tanto la celebración de la «gran pasión», que se define por si sola, sino de quienes la han vivido intensamente, ahondando en una fe poco común. No son tiempos de templos, iglesias o cenobios, es del pueblo cristiano en la calle. Ha sido el caso de Lorenzo y Agustín. Hombres sencillos. Sencillamente, hombres cristianos.