L. P.

El proceso arranca en la lavandería con los sacos que llegan con la ropa sucia desde las plantas. Un grupo de trabajadoras se encarga de separar las prendas, porque en función del color y el tipo se lavan de forma diferente. Lo mismo sucede con la ropa de quirófano, que por lo general llega más sucia.

Una vez seleccionada, se introduce en sacos de 50 kilos que la transportan por una cinta hasta las grandes lavadoras industriales, con un total de once bombos. Las almohadas y uniformes se lavan en una máquina más pequeña, y todo el proceso se controla por ordenador.

Una vez que la ropa pasa por las lavadoras a través de un tornillo que gira sin descanso, se prensa para quitarle la mayor parte posible de humedad. La «torta» que se forma con la ropa pasa de forma automática a las dos secadoras, de las que, al cabo de unos minutos, sale lista para planchar.

Las trabajadoras se encargan de repartir las prendas para el planchado: las más grandes, como las sábanas, pasan a una máquina que las deja sin arrugas y, además, las dobla. Las prendas más pequeñas van a otra planchadora, y los uniformes pasan por el proceso en perchas, para dejarlos perfectos. Después, las prendas más menudas se doblan a mano, se colocan en los carros y se devuelven a su origen. Y al día siguiente, el proceso vuelve a empezar.