La política se entiende casi siempre como una astuta armonización de la esperanza y el miedo, según explicó Maquiavelo y nos recuerda Silverio Sánchez Corredera, catedrático del instituto gijonés Emilio Alarcos, en la estupenda reseña que publicó el pasado jueves en este diario sobre «Sumisiones voluntarias», el último libro de Gabriel Albiac, heterodoxo siempre en sus sofisticados viajes ideológicos desde la izquierda a la derecha.

La azarosa vida del autor de «El Príncipe» -temor y deseo bajo la férula y el esplendor de los Medici o las luces y sombras de la República- hizo de éste un sagaz observador. Pero no hace falta la agudeza de Maquiavelo para percibir el lamentable ruido, el gratuito exceso de decibelios, la machacona e ininteligible sonoridad del espectáculo al que asistimos, sin miedo y sin esperanza, desde hace semanas. Habrán ya adivinado que no lo digo por el LEV, el vanguardista festival de creación audiovisual que organizan con acierto en Gijón, por sexta vez, Francisco Suárez, Cristina de Silva y Nacho de la Vega. Nuevos sonidos y paisajes que brotan, como frutas extrañas, de la acelerada revolución tecnológica.

Vivimos un momento en el que no es exagerado pensar que somos como aquellos antepasados que habitaban las oquedades de Altamira, Lascaux o Tito Bustillo: seres desconcertados junto al fuego al ver, por primera vez, las frescas imágenes de ciervos y caballos. Buena parte de la crítica del arte actual confiesa ya, sin rebozo, que no entiende nada. Y hay intelectuales como Vargas Llosa que hablan, entre la exageración y el despiste, de la banalización de la cultura.

Yo me refería, claro, a otro tipo de espectáculo. Y si he tomado el camino florentino ha sido para volver pronto a este lado del Pajares, donde ruido y política hace tiempo que son lo mismo y sólo se perciben como bochorno o tedio, según se haya ido desgastando nuestra capacidad de sorpresa. En fin, un mapa de la confusión que se parece al dibujo del informe meteorológico de este abril que expira cruel como en el poema de Eliot, aunque «Petra» no haya sido tan explosiva.

Tenemos finalmente un Parlamento, aunque incompleto por la falta de un diputado. Y si el Constitucional no lo remedia, habrá que repetir las elecciones entre los emigrantes de Occidente. El TSJA se ha lucido al comunicar su fallo sólo una hora antes de la formación de una Cámara en la que la derecha debería hacérselo mirar. Mercedes Fernández, nuestra Cherines, se queja amargamente de la bulimia política de FAC y de su jefe, Francisco Álvarez-Cascos, a quien ha calificado de «eterno insatisfecho».

Como saben, Foro ha rechazado el apoyo del PP para presidir la Junta General, cuyo sillón ocupa Pedro Sanjurjo desde el pasado viernes, tras un acuerdo de última hora entre los cinco grupos con representación. Javier Fernández ha recuperado acertadamente a quien, menos alcalde, ha sido todo en el socialismo gijonés: secretario general, portavoz en el Ayuntamiento, concejal de Hacienda, de Urbanismo... El rescate ha llegado después de que el nuevo presidente de la Junta, hermano de un histórico, Suso Sanjurjo, quedara incomprensiblemente fuera de la lista municipal que encabezó su cuñado Santiago Martínez Argüelles, casado con la ex senadora Carmen Sanjurjo. En su primera declaración ha hecho una llamada a superar la parálisis con la que se alimenta el descrédito.

Es de las pocas cosas sensatas que hemos escuchado después de tanto ruido. Dicen que Sanjurjo es demasiado serio, y que ese aspecto un poco envarado, así como su falta de currículum académico, le cerró el paso a la Alcaldía gijonesa. No sé, su partido sabrá, aunque a mí me ha parecido siempre alguien fiable, trabajador, con el que se puede hablar. Pero para acabar con la paralización asturiana es necesaria la formación de un Gobierno con un mínimo de estabilidad. Y hasta ahora, a falta de lo que ocurra con el escaño en liza y de que Ignacio Prendes, nuestro nuevo Hamlet, decida a quién quiere apoyar UPyD, sólo las dos formaciones de la izquierda han manifestado su voluntad de pactar. Pues eso.

Mientras, aumenta aquí y allá el clamor contra el canil de las políticas de Merkel, aunque los españoles aún nos entretenemos con las filosofías de Guardiola («el tiempo lo desgasta todo...») y el fado bronco de Mou, de rodillas en la hierba.