El jueves vi «Una mente maravillosa». Una magnífica película que me hizo reflexionar. La verdad es que después de una semana terrible lo que menos me apetecía era ver algo que tuviera que ver con mi profesión. Pero me reconfortó. Me ayudó a conciliar el sueño en paz. Les parecerá cursi, sé que lo soy, pero en esa película he visto cómo esa mente maravillosa castigada por la lacra de la esquizofrenia del que fue premio Nobel de Economía en 1994, John Forbes Nash, se curaba inexplicablemente, en parte gracias al amor. Al apoyo de una mujer que estuvo siempre detrás de él. Que se divorcia, pero que nunca le deja, que le cuida, le mima y cree en él. Que trabaja para él. Vuelven a casarse nuevamente, en una historia de amor verdaderamente conmovedora. Me pareció que «Una mente maravillosa» tiene que ver con la fe en que no todo está perdido. Que hasta una enfermedad incurable como ésta puede controlarse; puede hacer que un genio lo siga siendo, que un padre pueda ejercer como tal, que pueda amar y ser amado, siempre que exista una mente tan abierta como para saber que hay esperanza. Que no todo está escrito en los libros de medicina, ni en los de economía, ni en los tratados de estrategia política, ni en los diagnósticos, ni en los malos pronósticos. Que sigue habiendo milagros. Por eso ayer, muy temprano, me levanté con fuerzas para trabajar. He pensado que quizás ésa sea la postura. Ignorar, como él hizo, los fantasmas, las alucinaciones, los demonios, y seguir luchando para continuar con tu sueño. En su caso, las matemáticas, la resolución de sus grandes enigmas. En el nuestro, en el de todos, dejar de sufrir por necedades, ver más allá de lo que nos rodea, mirar para dentro de cada uno de nosotros y seguir tirando, trabajando más y mejor, por menos, en lo tuyo, tratando de hacerlo lo mejor posible, porque es lo que toca, pero sabiendo que el milagro, que es el salir de este túnel, es posible. Y creer que si dejamos de llorar, de castigarnos, de quejarnos, de protestar por todo y por todos, sin hacer nada positivo, sin involucrarnos, sin formarnos... siendo conscientes de que si tratáramos de hacer más cosas y mejor hechas, si dejamos de mirarnos para el ombligo, quizás esa mente sea más abierta y más productiva. Las emociones negativas, la ira y la violencia, paralizan los procesos cognitivos. Y hoy más que nunca necesitamos una mente abierta... Una mente maravillosa.