Cuentan que a Laurence Olivier tenían que empujarle a escena porque tras semanas de ensayos, preestreno elogiado por colegas y crítica, y su propia pulsión de actor teatral? llegaba el momento y se moría de miedo: a olvidar el texto, a perder el pie del compañero, a salir por el lateral opuesto, a aparecer en posición contraria a la marca sobre el suelo o el foco del cañonero.

Es el pánico escénico de quienes quieren -y generalmente pueden- hacer cosas pero en el instante decisivo se aterran y, desvalidos y desorientados, han de ser asistidos por su entrenador personal: la gimnasta olímpica a la que gritan en un estadio abarrotado «estás sola, tú y el salto», o el baloncestista que escucha en su tiro libre crucial para una final retransmitida en varios idiomas «olvídate y juega con tu amiga la canasta». Así somos de débiles y de poderosos cuando perdemos el camino hacia ese lugar extraño en el que, según Sabina, «se escriben las canciones».

Dicho esto, corren tiempos de pasión y turisteo, y así como asomamos a otras regiones, a la nuestra asoman gentes de otras latitudes que quizás estén un poco descolocadas con respecto a nuestras vicisitudes políticas. Sepan ustedes que a este paraíso natural llegan los recortes económicos, cómo no, pero por el momento no hay quien haga con ellos el pertinente encaje bolillo, exceptuando la sufrida ciudadanía, claro, porque no tenemos presidente, salvo el que se mantiene en funciones aunque con esperanza de seguir.

Así como en Andalucía no hay suspense, en el Norte del imperio donde un día no se puso el sol, no sabemos aún quién dirigirá nuestra nave y a algunos les ha entrado una especie de incomprensible miedo escénico. Incomprensible desde la platea, desde luego, porque hay que verse ahí arriba, con un solo voto decisivo, bajo un focazo y la respiración contenida del respetable.

Lo del voto decisivo lo digo porque UPyD lo tiene aún -aunque parezca quemarle en las manos- si tras el acuerdo inicial de PSOE e IU cuajase en paralelo otro de FAC y PP, cosa que está por hacer. Y tengo la impresión de que, lo mismo que sir Olivier soñaba al salir a escena con un terremoto que le impidiese hacer el ridículo, el diputado Ignacio Prendes desea que su papel de secundario inteligente se quede al final en figurante con frase.

Este abogado gijonés elogiado por sus colaboradores y siempre sonriente ante la cámara ha manejado mal la argumentación acerca del peso de la responsabilidad sobre un solo diputado porque la misma democracia que permite que cualquier ciudadano o ciudadana pueda presidir su comunidad autónoma deja que sucedan estas cosas tontas de la aritmética que tanto han beneficiado a partidos nacionalistas -nunca asturianos- en negociaciones de Estado. Si estábamos preparados para presidir, debemos estarlo para apoyar una labor de gobierno, es más, deberíamos estar rabiando por intervenir y poder colar nuestras exigencias para después contarlas convertidas en hechos a nuestro electorado. Y así demostrar que fuera del bipartidismo no hay formaciones políticas de resentidos o de utópicos sino de gentes que quieren, pueden y saben -llegada la oportunidad- gobernar.

El caso de UPyD es llamativo por lo excepcional, pero la excepcionalidad traspasa toda la situación política asturiana, y a estas alturas, por ejemplo, sigue sin quedar claro si es o no viable un acuerdo de las formaciones de derecha.

El problema es que no está -y menos ahora- la ciudadanía para estrategias incomprensibles, enredos dialécticos o propuestas pensadas para recibir un no. Espero que nuestros políticos tengan claro el alcance actual de su responsabilidad y el compromiso adquirido al presentarse ante el electorado. Mal vamos si, después de tantos discursos, tenemos que ser nosotros los que les saquemos del burladero y les lancemos otra vez a la arena.